Me estremeció su historia. Viendo el documental sobre la vida de Pablo Ráez, el joven malagueño de 20 años que murió en febrero del 2017 tras una lucha admirable contra la leucemia. Él solo fue capaz de movilizar a la sociedad española para intentar lograr el objetivo de un millón de donantes de médula ósea. Una historia formidable, llena de vida a pesar de la muerte. Llena de amor y sufrimiento, de luz y de oscuridades.

Hace una semana que falleció mi amigo Alexandre Lacaze, profesor y doctor en Historia del Arte en un instituto de Mérida y un músico excepcional. Alguna vez les hablé de él, de su pelea también contra la leucemia desde hacía tres años. El pasado lunes le despedimos con 43 años. Habíamos quedado en comer este mes para que me contara que todo iba bien después del transplante de médula hace unos meses. Tenía ganas de abrazarle, de decirle que habíamos ganado el partido y que nuestra fe era invencible. Pero no. No le dio tiempo a despedirse de quienes le querremos siempre.

Coincidencias de la vida, Alexandre también nació en Málaga, como Pablo. Allí se conocieron en el instituto, donde fueron profesor y alumno. Compartieron su experiencia ante el mundo en las redes sociales y nos demostraron que la enfermedad nos enseña lo importante que es intentar ser feliz cada día. Los dos sabían bien que algún día podía ocurrir, pero siempre fueron la esperanza de la lucha diaria, de la incertidumbre de otra revisión, de que la familia no sufriera...

Pablo fue un deportista guapo y fuerte; Alexandre, un artista exquisito que deslumbraba con su revolucionaria visión de la chanson francesa. Tenían luz en sus miradas a pesar de que la muerte les estuviera rondando.

Apenas he tenido fuerzas para escribir desde que supe que Alexandre había fallecido. Mercedes, su pareja, que ha vivido en primera piel estos años tan duros, ha sido un ejemplo para todos: con tanta fortaleza en la despedida, con tantas horas al borde del precipicio. Un abrazo enorme. Guardo con cariño la última imagen en la Feria del Libro de Cáceres en abril del 2018, donde compartimos con el poeta Jesús María Gómez Flores la presentación del poemarío ‘Los arrecifes de la esperanza’ en el que nos enseñó, además de sus cicatrices, que la única fuente de verdad que tenemos los humanos es el amor. Eso también lo dijo Pablo Ráez antes de despedirse de los suyos. Dos estrellas para siempre.

*Periodista.