XVxamos perdiendo los papeles de forma escandalosa y preocupante en todos los niveles en esta sociedad y lo malo es que no se vislumbran cambios a corto y medio plazo. Veamos parte del espectáculo. Muchos alumnos de todas las edades van ganando terreno en el colegio, campan por sus fueros, alteran el orden en las clases, acosan a sus iguales, no respetan las normas de silencio y trabajo en las aulas, se niegan a estudiar y a hacer sus deberes y no acatan las más elementales normas de convivencia en sus centros, desbordando al profesorado. Muchos hijos desobedecen y se saltan por sistema los límites, si es que se los han puesto, y llegan a hacer lo que les apetece, llegando en algunos casos a maltratar a sus propios progenitores.

Pero con ser doloroso, casi resultan inteligibles estos comportamientos pues al fin y al cabo se trata de niños y adolescentes que por su edad tienen la tendencia a salirse con la suya, a practicar la ley del mínimo esfuerzo y a imponerse. Lo peor es que, ascendiendo en la escala social, observamos que muchísimos padres incumplen ellos mismos las normas que el sentido común ha venido dictando hasta la fecha, dando un pésimo ejemplo a sus retoños. Muchos padres no ponen límites a sus hijos y les permiten y consienten lo que desean, piden o exigen. Otros se desentienden de ellos o incumplen claramente sus obligaciones parentales o se desautorizan mutuamente o discuten con su pareja delante de sus hijos o son los primeros en no respetar las normas de convivencia y respeto social, perdiendo la autoridad moral que han de exhibir. Tal ejercicio de irresponsabilidad hará que muchos chicos acaben delinquiendo o simplemente se desestabilicen y perturben a quienes tienen que tratarlos y aguantarlos.

Si cambiamos de tercio y vamos a los profesionales nos encontramos con mucha gente que incumple por sistema en su trabajo o se inhibe de sus responsabilidades, creando un gran perjuicio social y una desagradable sensación de desaliento. Nos encontramos también con poderes sociales que consienten niveles de ruido y de desmadre público a ciertas horas y en lugares donde hay ciudadanos que no pueden dormir ni recuperar fuerzas para trabajar al día siguiente, y esto es un simple ejemplo. Más arriba observamos a políticos que se tiran a degüello defendiendo sus posiciones partidistas, que se insultan, descalifican y amenazan, que no aceptan ver ni un solo acierto en el contrario por ser de un partido distinto. Vemos a los padres de la patria dentro del Parlamento abuchearse unos a otros, no respetar el turno de palabra, increparse y propiciar un clima de tensión y violencia verbal. Vemos en televisión programas basura donde gana más y tiene más éxito quien más trapos sucios saca públicamente de otros o quien exhibe más conductas groseras, bordes y zafias. Y podría seguir con otros ejemplos.

Con este panorama ¿a dónde vamos?, ¿con qué autoridad van los padres a pedir que sus hijos se responsabilicen, que se respeten y acaten las normas?, ¿qué vamos a esperar cuando vayan creciendo?, ¿alguien puede extrañarse de que la falta de civismo y respeto social se extienda como plaga?, ¿qué nos está pasando?, ¿cómo es posible que en tan poco tiempo nos estemos cargando las leyes de relación interpersonal que siempre han funcionado como la ley de la reciprocidad, del compromiso y la del principio de autoridad? ¿Nos estamos volviendo locos? ¿No pueden los medios de comunicación hacer una campaña de promoción de valores esenciales como son la responsabilidad y el respeto social?

La tarea de reconstrucción de estos valores es ardua pero todos los agentes sociales, comenzando por las autoridades políticas, judiciales, religiosas y sociales en todos los ámbitos, siguiendo por los medios y acabando por los padres, profesores y todos los ciudadanos adultos tenemos que proponernos ir enmendando esta situación que amenaza con extenderse y minar las ganas de trabajar y convivir en paz.

Es necesario frenar esta corriente, divulgar y promocionar la idea de que todos, cuanto antes, nos pongamos a practicar el valor de la responsabilidad cada cual en su ámbito y en su caso, en función de la edad, del papel social que desempeña y de su puesto de trabajo, así como defender el principio de autoridad y de respeto social porque de lo contrario todos sin excepción resultaremos perjudicados por estas prácticas.

Todo el mundo tiene que reflexionar y corregir comportamientos indeseables para evitar morirnos de asco, de desconfianza, de rabia o de tristeza. Ahora, justo después de esperar tantos siglos para alcanzar, como hemos alcanzado, tan extraordinarias cotas de progreso científico no podemos retroceder socialmente en los valores humanos. Nada cabe esperar para frenar este desaguisado. No es simple pesimismo sino realismo trágico contra el que hay que combatir con todas nuestras fuerzas, dando ejemplo a nuestros descendientes de los cuales dependeremos pronto. Necesitamos que la educación y sus leyes propicien urgentemente valores como estos. Por cierto ¿donde se ocultan los intelectuales de este país que no están ya denunciando esta situación social que clama al cielo?

*Psicólogo