Decía un autor con notable acierto: "La poesía es compañera del solitario, amiga y confidente del desamparado, divertimento del aburrido, consuelo del descorazonado por asuntos de amor, sostén del desvalido, riqueza del menesteroso... ¡Dadme un buen libro de poemas y ni siquiera la cárcel será para mí una condena!" Víctor Hugo solía afirmar: "Un poeta es un mundo encerrado en un hombre". Pues en sus versos y estrofas --podemos añadir nosotros-- hay paisajes de bonanzas y de tormentas; hay pasiones y sosiegos; hay sueños, anhelos y vibraciones humanas que hacen que nos sintamos al leerlos llenos de vida, de libertad, de energía creativa... como iluminados por los dioses.

A Píndaro , príncipe de los poetas de la luminosa Hélade, le coronaron como vencedor de los Juegos Olímpicos cuando leyó ante la multitud que los presenciaba las cadenciosas estrofas de sus elegías, compuestas en el fluido y musical lenguaje ático, que resonaba en el mismísimo Olimpo. Estrofas, cuya belleza y musicalidad se acrecentaban con sus ritmos y rimas, por la perfecta musicalidad de las palabras y por la sutileza y rectitud de los juicios que se iban destilando al compas de los poemas.

Ante ellos se rendían los simples y los poderosos. Se admiraban los filósofos. Se consolaban los tristes y se amansaban los coléricos y los vengativos. Siempre ha sido la poesía, a través de las naciones o de los siglos, la mejor vía de trasmisión de los sentimientos, de los pensamientos, de las emociones o de las situaciones extremas. Cuando el poeta acierta a destilar en sus palabras las vibraciones más íntimas de su corazón desesperado, o cuando va engarzando los versos y el pulsar las cuerdas de la lira con la maestría de un orfebre y la valentía de un conquistador.

Homero nos dejó en sus poemas épicos la inmensa belleza de la guerra y la aventura; sometiendo, con las únicas armas de sus palabras, a los dioses y a los héroes. Rindió a Troya e hizo cabalgar a Aquiles y a Héctor sobre los caballos sagrados de Mysia . Encrespó las olas ante las naves de Odiseo para que llegase a las islas remotas de Calipso, de Circe y de Polifemo, entre los cantos terribles de las sirenas; hechizando a toda la Hélade con las estrofas que declamaban los "aedas" en plazas y mercados.

XEN LA EDADx Media, los "cantares de gesta" y los trovadores que los recitaban también nos dejaron en duros versos y fuertes cadencias romanceadas las "fazañas" y amores de caballeros y damas, tañendo cítaras y vihuelas bajo las ventanas ajimezadas de los palacios principales. También nos dejaron la sutil poesía de los romances del "Buen Amor" o las "cantigas" de amor y amigo, con sus desengaños y tristezas. Las inquietudes espirituales y las virtudes literarias de la "Divina Comedia" fueron preludio del Humanismo; y la profunda sencillez en el amor divino del "Cántico Espiritual", nos elevó en sus arrebatos poéticos hasta los zaguanes del cielo, abriendo las estelas del misticismo.

En la evolución de la estética declamada, al siglo siguiente, la jocosa y desenfadada crítica de Quevedo o la solemne teatralidad lírica de Góngora , nos introdujeron en un espacio barroco y complicado, en el que la expresividad verbal se transformaba en lujo literario; entrelazando las palabras como ricos recamados y borduras en el lienzo de cada poema. Y cuando la historia de las naciones se tiñó de tragedia, de revoluciones, de invasiones y guerra, la poesía se hinchó de ardor patriótico, de resonancias de independencia, de trompas y atambores llamando al combate; con la misma pasión que se llamaba al amor, en el contexto romántico y apasionado que destilaban los corazones jóvenes --"Juventud, divino tesoro"-- que se consumían en la misma hoguera que la locura pasional de Cupido .

Guerras, tragedias y pasiones han sido siempre el caldo de cultivo en el que hervía y estallaba la poesía; desde el Clasicismo hasta la Contemporaneidad. Muy especialmente en los romances trágicos de García Lorca y de Miguel Hernández , traduciendo en sus versos el terrible drama nacional de la martirizada España. Posiblemente, toda esta poesía que aún se conserva en las alacenas del pasado, apenas despierte nuestras emociones y pasiones cuando la releamos. Aunque en nuestro tiempo actual se haya embotado la sensibilidad para apreciar y valorar a las sentidas cadencias literarias que hicieron estallar los corazones de nuestros abuelos. Hoy ya solo se escuchan las torpes rimas de los anuncios publicitarios; o, como mucho, las estrofas redundantes y repetitivas, machaconas y vulgares, del "rap" callejero; en el que las nuevas generaciones encuentran colmadas sus aspiraciones estéticas y su ambición literaria.