El compromiso adquirido por Cuba de liberar de inmediato a cinco presos políticos y de hacer lo propio con otros 47 durante los tres o cuatro próximos meses pone de manifiesto que algo definitivamente se mueve en los salones del poder de La Habana. Pero al mismo tiempo que se constata ese movimiento, resulta bastante difícil aventurar hacia dónde se dirige el presidente Raúl Castro.

No lo es tanto suponer que las gestiones del ministro de Exteriores, Miguel Angel Moratinos, han consolidado el papel de intermediario del Gobierno español entre la isla y la comunidad internacional (y no solo la Unión Europea). A lo que cabe añadir, sin riesgo de equivocarse, que la Iglesia católica ha asumido el papel de representar de modo oficioso las aspiraciones de los disidentes, ejerciendo ese rol sin ninguna pretensión de menoscabar el principio de autoridad del régimen castrista. De forma que la pinza diplomática creada entre España y el Vaticano ha dado sus frutos.

La operación se asemeja a la que en 1998 siguió a la visita de Juan Pablo II. Entonces salieron de las cárceles 101 presos, pero el Papa dejó a salvo, como ahora lo hace Joseph Ratzinger, el principio de no injerencia en los asuntos de un Estado soberano. Aquella vez --y esta tiene los visos de ir por el mismo camino-- se trató de algo más que de un formalismo, porque el Gobierno cubano presentó el episodio como una concesión a la Iglesia y no a la oposición

El barroquismo al que ayer recurrió el periódico Granma, portavoz oficial del Partido Comunista de Cuba y oráculo del corazón del poder --la noticia, por un lado; el comunicado de la Iglesia, por otro--, para dar cuenta del acuerdo fruto de la estancia de Moratinos, refleja hasta qué punto el régimen castrista confiere importancia a lo pactado, pero también tiene la necesidad irrenunciable de salvar la cara. Como es sabido, precisa enviar señales de cambio para mejorar su relación con la UE, pero no puede hacerlo a costa de que la revolución dé muestras de debilidad, a pesar de que la población cubana está crecientemente desalentada por las cada vez más severas condiciones de vida que sufren.

La continuidad en el poder de la gerontocracia castrista, apoyada en el Ejército y el partido, depende de que, aunque haya cambios en La Habana, nada ponga en duda la autoridad de los herederos de Fidel. De ahí que sea precipitado deducir de la liberación de disidentes la proximidad de los "avances democráticos" reclamados por la UE para dejar sin efecto la "posición común" que, en la práctica, mantiene paralizadas las relaciones económicas de la isla con Europa.

Con todo, algo se mueve en Cuba, pero aún no se sabe a ciencia cierta qué.