El cúmulo de contradicciones, medias verdades (o mentiras completas), pasos hacia atrás, despropósitos y cuasi locuras en que ha devenido la política catalana hace que, necesariamente, algo tenga que ocurrir en los próximos días. Resulta dudoso, incluso, que la situación actual, con un Govern hecho pedazos, con una oposición que es, en realidad, la que manda, con un president de la Generalitat que semeja un fantasma solitario que no tiene apoyo ni en su partido ni en La Moncloa, pueda pervivir hasta ese 18 de junio en el que se celebrará el referéndum sobre el Estatut. En estas condiciones, y por mucho que pretenda aferrarse al sillón, Maragall tendrá que disolver el Parlament y convocar unas elecciones que, muy probablemente, serán su fin político y situarán al líder opositor, el jefe de Convergencia i Unió, Artur Mas , al frente de la política catalana. Como debió ocurrir ya tras las elecciones del 2003, cuando el empecinamiento de Maragall por alcanzar la presidencia de la Generalitat le llevó, apoyado por Zapatero (a quien, a su vez, Maragall había apoyado para hacerse con las riendas del PSOE), a pactar contra natura con Esquerra Republicana. Un partido que representa casi lo contrario de lo que el socialismo catalán dice querer representar y al que no hay que reprochar que pretenda defender sus posiciones independentistas, que siempre proclamó.

XHAY QUEx reconocer que el mandato de Maragall en lo que va de legislatura en Cataluña ha sido algo muy semejante al caos. El único producto destacable de sus dos años y medio de gobierno ha sido un Estatut que ya se ve que ha servido más para dividir a los catalanes que para unirlos, y que, en un ejercicio sumo de incoherencia, fue criticado, a su vuelta de las Cortes, por el propio Maragall, el mismo que ahora tendrá que encabezar la postulación del en la campaña del referéndum. Eso, para no hablar de las opiniones encontradas en el resto de España, donde el PP no es el único que rechaza el texto estatutario, aunque sí se haya quedado solo, nuevamente, en la denuncia pública de ese texto.

Pero ahora, claramente enfrentado a Zapatero, a la línea oficial de su partido, representada por un Montilla cuyas actitudes y motivaciones últimas nunca terminan de estar claras, enfrentado con los socios de Esquerra, sin excesivos apoyos mediáticos ni siquiera en Cataluña, donde la crítica política se ejerce con moderación suma, ahora Maragall tendrá que dar algún paso decisivo. Lanzarse a un referéndum en el que el Govern va a predicar cosas opuestas, en el que el Gobierno central se va a involucrar lo menos posible ("menudo avispero", comentaba este fin de semana un ministro), es casi lanzarse de cabeza al abismo. No porque vaya a ganar el no que pedirán la izquierda radical (Esquerra) y la derecha y el centroderecha (PP), sino porque puede ganar abrumadoramente la abstención. ¿Cómo convencer a nadie de que vote con entusiasmo un a un Estatut tan controvertido en lugar de irse a disfrutar de un domingo playero? Y claro, una victoria del con más de la mitad del electorado absteniéndose de acudir a las urnas, puede interpretarse de muchas maneras, todas negativas. Por eso, en una más de sus piruetas, Maragall intentó prolongar hasta las diez de la noche la jornada de votación, ignorante sin duda de que la normativa electoral se lo prohibía. Nueva marcha atrás. Como con la primera y fallida remodelación del Govern, como cuando lo del tres por ciento, como en tantas cosas. La madurez y el pragmatismo de la sociedad catalana se ha demostrado en que la marcha de las cosas, de la economía, de la administración, no se ha resentido ni siquiera con la actuación de su clase política. Pero ahora algo tiene que pasar porque la incoherencia tiene un límite. El PSC y el PSOE tendrán que esforzarse en dar una respuesta sensata a la gran pregunta: ¿qué hacer?

*Periodista