No quiero saber más de la muerte de Diana Quer. Con su muerte me basta. Mi horror no se alimenta de otra cosa que no sea el horror mismo. No quiero conocer los detalles escabrosos de ningún asesinato, menos si se trata de niños, de jóvenes, de ancianos. No quiero regodearme en la crueldad, sentir que las náuseas empiezan a crecer en cada línea, en cada foto que muestra la cara normal de una persona normal que se ha convertido en asesino.

Es inconcebible que los telediarios estén llenos de imágenes sobre el juicio, sobre la reconstrucción de los hechos, sobre la familia. Siempre he defendido que la mejor defensa, valga la redundancia, es estar informado, leer, saber de todo para que nada te deje indiferente. Si no sabes, no puedes opinar; si no votas, no puedes quejarte, pero ahora ya no quiero conocer más. Mi espanto no necesita alimentarse de pozos donde la cara de una niña jovencísima refleja el dolor sufrido, ni de hematomas, sangre, golpes… escalones abruptos en una bajada a los infiernos que nadie debería conocer.

No quiero que mis noches se llenen de adolescentes que tienen la edad o la cara de mis sobrinas, de mis alumnas, de chicas confiadas que siguen creyendo que el mal no existe, y no pasa nada, absolutamente nada, por volver sola a casa. Y claro que no pasa nada, siempre y cuando no te cruces con alguien que gasta su tiempo en ir a los institutos a espiar a las niñas. Por eso me basta con la noticia para comprender el dolor. No necesito la inmundicia de los datos que solo pueden servir para cavar un túnel de desesperación en la cabeza de quienes quisieron a Diana Quer. Basta de detalles, de abundar en la descripción del antes y el después de una joven que ya no conocerá más adverbios. Si al menos sirviera para algo, para concienciar, para educar, para evitar que tomemos la sopa mezclada con comentarios hirientes, agradecería que nos mantuvieran informados de todo. Pero creo lo contrario. Tanta información acaba por volvernos indiferentes, como si contempláramos una película de sobremesa, solo que aquí el dolor es real, los padres no son actores, la víctima no tendrá otra oportunidad y el asesino gana una parcela de fama que ni le corresponde ni se merece.

*Profesora y escritora.