Las elecciones del domingo en el Líbano son más importantes por lo que no ha pasado que por lo que ha ocurrido. Podía haber ganado la coalición prosiria de la que forma parte el partido-milicia proiraní Hizbulá y eso no se ha producido. La victoria ha correspondido a las fuerzas prooccidentales, que dispondrán de 71 escaños frente a los 57 de la oposición.

Una oposición, sin embargo, que, por el pacto de mayo del 2008, participa en el Gobierno de unidad y tiene derecho a veto en un país partido por dos, azotado por la corrupción y los crímenes políticos, y en el que Hizbulá ha montado un Estado paralelo.

Hasan Fadlala, dirigente de la milicia proiraní, ya ha advertido que hay que mantener el delicado equilibrio en un país con 18 confesiones religiosas. La repetición del Gobierno de unidad parece, pues, inevitable, aunque el resultado proporciona una ligera esperanza de que la derrota en sus feudos de Michel Aoun, aliado de Hizbulá, contribuya al desbloqueo de la acción gubernamental, que hasta ahora paralizaba el general cristiano. El triunfo de la coalición llamada del 14 de Marzo tranquiliza a EEUU y a Occidente, que se libran del nuevo foco de conflicto que hubiera significado la victoria de Hizbulá.