Dramaturgo

Entre las creencias mayas existía la convicción de que cada humano tenía un animal gemelo que le era adjudicado al nacer. Si ese ser humano sufría, gozaba, pasaba hambre o se enamoraba, igual suerte corría el animal gemelo y viceversa. Hay que tener en cuenta que estas creencias se remontaban a épocas de la historia muy lejanas y, tal vez, no eran patrimonio de aquellas culturas prehispánicas de Mesoamérica, sino que en nuestras tierras ibéricas podían tener su eco, sólo hace falta echar un vistazo a Altamira y reflexionar sobre el sentido de sus pinturas.

Hay un ejercicio que me apasiona, imaginar el animal que le corresponde a quienes me rodean, incluyéndome, por supuesto. Hace años deambulaba por Badajoz el Pichi, un perro canelo, desgarbado y socarrón que se arrimaba a lo "mejor de la casa" de esta ciudad, dicho con sentido vagabundo, bohemio y un poco gamberro. Pocas ambiciones debía tener el Pichi porque pocas ganancias podía obtener de aquéllos que le prohijaron, pero listo que era, supo apreciar mejor una caricia sentida que un plato seguro de pienso. Deambulaba a su vez por Badajoz un pintor desgarbado, bohemio y socarrón, al que llamábamos el Toto. Según los mayas, Pichi y Toto estaban unidos por los dioses desde su nacimiento. Es apasionante imaginar qué clase de hiena tiene adjudicada ese personaje gris que de barra en barra pregona su impotencia dando mordiscos a diestro y siniestro. Qué pavo real fue asignado a ese otro que se estira por delante (para tapar huecos, sobre todo cerebrales) intentando ocultar su canto mediocre con plumas de colores. Y dónde habita ese otro animal bello que se adjudicó a quien se preocupa por los demás.