Mientras se presta toda la atención a cómo se detiene la actividad constructora de viviendas y sus efectos inmediatos en pérdida de puestos de trabajo y reducción del crecimiento económico en nuestro país, no se atiende a otra de las anomalías que ha generado el crecimiento irracional inmobiliario: el recibo mensual de los pisos de alquiler sigue aumentando.

La construcción de pisos se detuvo drásticamente hace casi un año. Siguió a continuación la caída de las ventas, acelerada por el aumento del precio de las hipotecas y el clima de incertidumbre (sin que cundiera el pánico) abierto por el descubrimiento de las trampas de la banca norteamericana.

Todavía no ha llegado la caída de precios en el sector de la vivienda, aunque los promotores ya han admitido esta semana que va a ocurrir durante este año --un 8% de promedio--, pero que pronto se dividirá, a la baja o al alza, según sean segundas residencias en la costa o principales en las grandes ciudades.

Es en este último grupo en el que incide de forma significativa el precio todavía alcista de los alquileres. Quienes han desistido de comprar se han visto acorralados por los propietarios que no consiguen vender y se resisten a alquilar, si no obtienen el rendimiento esperado, a la espera de mejores oportunidades.

Aquí es donde el Gobierno central y el Ministerio de la Vivienda han fracasado, pese a su buena intención: las ayudas directas a los inquilinos han quedado absorbidas, en buena parte, en los nuevos precios del alquiler con su subida.