WTw oda la vida política en Suecia, y por supuesto las elecciones, se desarrolla bajo el signo de la moderación en el debate y el consenso casi general en cuanto a la validez del Estado del bienestar. Esta situación aparentemente balsámica, sin apenas diferencias ideológicas, bajo el imperio de la corrección política y con una sociedad harto igualitaria, explica tanto el desinterés de la campaña electoral como la escasa diferencia entre los vencedores, los llamados partidos burgueses (48,1% de los votos), y los derrotados, los socialdemócratas y el bloque de izquierdas (46,2%), en las elecciones generales celebradas el domingo. Pero el igualitarismo político sugiere que el Partido Socialdemócrata corre el riesgo de perder la hegemonía para descubrir la alternancia. El primer ministro, Göran Persson, ha sufrido una derrota ajustada a manos de una coalición burguesa de cuatro partidos que, lejos de poner en tela de juicio el Estado del bienestar, lo asume como una segunda naturaleza y propugna algunas correcciones para hacerlo más eficaz. Pese a los buenos resultados económicos, el bajo nivel de empleo se volvió contra el Gobierno, ya que muchos electores pensaron que una alta protección social desemboca la falta de estímulos para trabajar, en el estancamiento y el conformismo. El líder conservador, Fredrik Reinfeldt, tendrá que preservar la unidad de la coalición y poner en marcha con prudencia una rebaja de varios impuestos y de algunas prestaciones sociales para dinamizar el sistema e incitar a los ciudadanos a regresar al trabajo, en vez de preferir cobrar el subsidio de paro sin trabajar. Unos pequeños cambios para que todo siga igual.