Si algo demuestra la polémica surgida a modo de antesala de la despedida de la tropa extremeña que ayer comenzó su marcha a Irak es lo diametralmente opuestas que parecen ir las decisiones (en algún caso, intenciones) del Ejército y del Ministerio de Defensa. Y, en una democracia como la nuestra, y ante un conflicto tan cercano ya para los extremeños como el de Irak, esa presunta disfunción no parece nada recomendable. El adiós a la tropa ha sido amargo en todos los sentidos: desde la primera llamada del ministro Trillo a Rodríguez Ibarra, instándole primero a no hablar y luego a no acudir al acto, hasta la lectura de la carta del presidente extremeño a la tropa por parte del general Fulgencio Coll.

Y es que ha sido el propio Ejército el encargado de demostrar que no ha habido duelo, sino veto, que impidiera hablar a Ibarra en el acto. ¿Cómo se entiende si no que ese mismo día se festejara a unos cuantos kilómetros, concretamente en Cáceres, la conmemoración de la Inmaculada Concepción, patrona de infantería y también de la brigada mecanizada que partió hacia Irak? Si algo queda claro de toda esta polémica es que los representantes de la sociedad civil están para ejercer su cargo, al igual que saben cuál es su papel institucional, en este caso en nombre de todos los extremeños.