WLw a detención, en Barcelona, de una célula de presuntos terroristas islamistas es un recordatorio para todos de que el peligro está aquí, a la vuelta de la esquina, y de que los servicios policiales y de información no han bajado la guardia.

Desde los ataques del 11-M en Madrid las fuerzas de policía de nuestro país han reforzado sus unidades especializadas en combatir el terrorismo de raíz islamista --muy mal dotadas en la etapa anterior a la masacre de los trenes, que se cobró la vida de casi doscientas personas y centenares de heridos-- y la colaboración internacional se ha extendido y fortalecido. Esta colaboración ha jugado, precisamente, un papel esencial en la localización y detención de la célula.

El juicio el pasado año por los atentados de Madrid ha demostrado que la policía y la justicia de nuestro país están a la altura de lo que se espera de esas instituciones para combatir el terrorismo, pero eso no nos libra de nuevos intentos criminales por parte de fanáticos.

España, desgracidamente, aparece a menudo en los comunicados de de los terroristas de Al Qaeda, sea por la presencia de tropas españolas en Afganistán, sea por Ceuta y Melilla, sea por la reivindicación irredenta del mítico Al Andalus.

La proximidad de las elecciones legislativas de marzo puede provocar en algunos el deseo de emular lo sucedido en Madrid hace cuatro años.

La célula desarticulada en la madrugada de ayer en los barrios de Santa Caterina y del Raval de Barcelona estaba en una fase muy avanzada para cometer un atentado de grandes magnitudes, bien en la capital catalana o en otras ciudades españolas y francesas.

No se trataba ya de un grupo que recibía adoctrinamiento ideológico o realizaba trabajos de planificación de atentados, como en casos anteriores descubiertos por la policía después del 11-M. Según los primeros indicios, el grupo se estaba adiestrando para preparar y colocar artefactos explosivos de gran potencia, disponía de material necesario para confeccionar bombas y planeaba abastecerse de todo lo necesario para esa tarea.

España es un país en cuyo territorio puede resultar fácil para los terroristas camuflarse entre esa gran mayoría de inmigrantes pacíficos y honrados que desde el Norte de Africa o desde el Subcontinente indio han venido a ganarse honestamente el pan, sin que esa constatación nos tenga que hacer caer en la histeria xenófoba y antiislamista.

Pero el reconocimiento de esa vulnerabilidad debe servir para que las autoridades españolas se mantengan alerta ante la posibilidad de que los terroristas islámicos intenten de nuevo una masacre como la del 11-M. Pero también los ciudadanos tenemos que apoyar con nuestro esfuerzo para poder garantizar la seguridad.