Los norteamericanos acuden hoy a las urnas con el doble y contradictorio sentimiento de que clausuran uno de los capítulos más oscuros de su historia reciente --la que ha significado el doble mandato de George Bush-- al mismo tiempo que abren otro signado por la incertidumbre, cuando no por la angustia. Hasta tal punto es así que el presidente elegido tiene ante sí una tarea titánica, quizás como no la ha tenido ningún otro desde el fin de la II Guerra Mundial, puesto que habrá de enfrentarse a la realidad de una superpotencia en declive, que malbarató la abrumadora ventaja geoestratégica que supuso la caída del muro de Berlín, pero que no supo abordar con prudencia y eficacia el desafío de los ataques islamistas y la emergencia de nuevos poderes en un mundo globalizado. Los famosos guerreros de Bush, debilitados por un torpe unilateralismo, ya no se adornan con los laureles de la victoria, como vaticinaba el presidente en su delirio, sino con las cicatrices del repliegue, mientras la crisis financiera se representa en un escenario tan sombrío como amenazador.

En esas circunstancias tan poco halagüeñas, cuando la popularidad de EEUU desciende hasta el abismo en Europa y otros lugares, "la audacia de la esperanza" alentada por el candidato demócrata Barack Obama es mucho más atractiva que la seguridad y experiencia del candidato republicano John McCain, ya que este no ha podido sacudirse el sambenito, por muchos esfuerzos que ha hecho para lograrlo, de haber colaborado con los responsables del desastre, aunque carece de fundamento sostener que McCain es lo mismo que Bush. La campaña meticulosa e inteligente del joven senador por Illinois, curtido contra los Clinton en unas elecciones primarias competidas como pocas veces se han visto, ha demostrado sin equívoco no solo su conmovedora elocuencia, sino su sangre fría, la buena gestión de sus asesores y su habilidad para crear un movimiento político renovador que trasciende las líneas de fractura partidista y las razas, hasta el punto de que el factor racial, temido por sus partidarios desde las primeras horas de la contienda con Hillary, se ha ido desdibujando en la campaña y no parece que vaya a ser un factor que determine el voto.

La actitud de ambos candidatos ante las urgencias de la crisis financiera acabó por inclinar la balanza en favor de Obama de una manera que parece irreversible, aunque la historia política de las eleccioes presidenciales estadounidenses está llena de tantas sorpresas que sería una temeridad no adoptar una conducta cautelosa.

Cualquiera que sea el vencedor, deberá afrontar no solo la crisis económica, los retos estratégicos y el descenso del prestigio de EEUU en el mundo, sino también el retroceso moral que agarrotó a la nación durante estos últimos ocho años. Salvo que las urnas ofrezcan un veredicto inesperado, la juventud y la regeneración encarnadas por Obama, símbolo del sueño americano, ofrecen el cambio deseado y eluden la alternativa radical que repugna a una sociedad de clases medias. Y por eso, revestida de patriotismo, se moviliza y se sitúa en el umbral de la historia para elegir al primer presidente negro.