Estilográfica, por supuesto. Amigos que han tenido a bien contestar de alguna manera a mi columna de la semana pasada. Manuscribir se titulaba. Hablaba de que ya no se manuscribe tanto como antes. De hecho, se me olvidó decirlo, no solo estamos perdiendo la facilidad de escribir, sino que también la de leer textos manuscritos. Soberana hecatombe. Pero, por esta vez, no hablaré yo, sino mis amigos. Seguro que ganan. Ustedes, por supuesto.

Uno de los primeros en contestar fue Alberto González, el sempiterno cronista de la ciudad de Badajoz. Alberto me dice que sigue escribiendo con pluma. Le llamo clásico y él se tilda de dórico. La precisión siempre es un don.

Emilio Cruz, el presidente de la muy sabia y muy docta Real Sociedad Económica Extremeña de Amigos del País, se declara amante de las plumas estilográficas. Asegura tener varias al retortero, usarlas a diario y, lo que me resultó más sorprendente, utilizar tintas de colores según la moda. Verde Olivine de Pelikan, por ejemplo.

Antonio Pina, bien instruido por los padres Maristas, me cuenta que firmaba las hipotecas con una pluma Parker Canadá 50 con el plumín de oro, heredada de su abuelo que fue Jefe de Telégrafos en in illo tempore.

A Francisco Gil el artículo le dio pie para hacerme saber que él sigue usando una Dupont de oro que le regaló la mismísima Carmen Sevilla, quizá la más bella mujer de nuestro siglo XX, y que, aunque lo intenta, no alcanza a escribir con la excelente caligrafía de su padre. Para quien lo ponga en duda publicamos fotografía a modo de documento probatorio.

Manolo Cáceres, una de las mentes más despiertas que ha dado el siglo XX y aún lo que llevamos de siglo XXI, me previene de la inconveniencia de usar plumas de ala derecha de ganso, por cuanto su comba natural taparía el texto a la vista de los diestros. Y, para remate, me envía unas fotografías de un libro de su propiedad sobre el arte de escribir, publicado en Madrid en 1818, en el que se recomienda tener, además de buena pluma, mejor cuchillo para tajarla. ¿Es o no es grande mi amigo Manolo?

Felipe Albarrán, hombre de acendradas virtudes, es pendolista. Así le llama Julio Llamazares, en su último libro, ‘Las Rosas del Sur’. O sea, de lo que no hay. Pues el tal pendolista me refiere que usa una u otra pluma dependiendo del estado de ánimo (el suyo, no el de la pluma, vengo yo a suponer). Al rasgar el papel, unas le suenan a risa y otras a llanto. Y remata en majestad con una media portentosa: «Dejar que una pluma se seque es dejar que se hiele parte de tu alma». ¡Ole!

Y termino con mi amigo, mi viejo condiscípulo, el médico baracaldés José Luis Arráz. Sinceramente, me ha emocionado y con ustedes quisiera compartir esa emoción. Me cita dos plumas. La primera, una Parker 41 de capuchón dorado que le regaló su abuelo, Dámaso Gil, empleado que fue en Altos Hornos. La segunda, otra Parker 41, esta por entero dorada, que regaló él a su padre con el dinero de su primer sueldo. Dos plumas que, ya fallecido su padre, conserva con igual cariño. Pero cuenta más. El día que leyó su tesis doctoral ambas dos le acompañaron. Ese día, junto a él, en su pecho de hombre de bien, agradecido y bien nacido, estaban también ellos. Y me dice que, de su mano, nunca estuvo más tranquilo.

Historias con pluma. Estilográfica, por supuesto.