A cierta edad, solo o en pareja, uno se da cuenta de la prevalencia de lo emocional frente a lo material y valora en su justa medida la amistad y recuerda dónde y cuándo ese amigo, o amiga, se incorporó a nuestra vida y la importancia que ha tenido en algún momento de la misma. Por mucho que cultura, religión, sociedad y otros (iba a poner lastres) controladores de nuestras vidas se hayan empeñado en apostar por la familia, sin renunciar a las nuestras, apostamos por la amistad. Por eso cuando Fernando Turégano, amigo y tutor cultural , narra la noche loca con mi Adela en el Pay Pay gaditano , la comparto como si hubiera estado allí. Creo recordar que aquella noche mi cariño estaba con ellos, pero mi cuerpo estaba sirviendo a la patria vestido de azul zapador ferroviario en Cuatro Vientos. La nómina de amigos se va abultando, o mermando, a medida que vas gastando vida, y diferentes situaciones van decantando la amistad verdadera, dejando en el camino otras presuntas amistades que, sin saberlo tú, siempre fueron interesadas. ¡Qué tremenda soledad la de nuestro presidente Aznar! Está viendo cómo a medida que se acerca el día en el que otro ocupe su lugar se van despegando algunas amistades que nunca fueron, dejando a la vista otras que son más peligrosas que gratificantes, alguna con cara nueva en la misma persona.

La familia siempre está ahí y va creciendo y ampliándose a medida que sus miembros van desarrollando la función reproductora y pasas por los diferentes grados, desde hijo y hermano hasta abuelo o más. En la amistad no hay grados y la distancia no merma el cariño. Pedro, amigo, ¡muchas felicidades! Sé que me lees en Brasil.