TStiempre he pensado que la palabra amigo se utiliza con demasiada ligereza. Hay gente que conoce gente a la que le regala el atributo de amigo antes siquiera de aprender sus apellidos. Y así -sin intención ni conciencia de ello- es como comienzan a pervertir el significado del término, desvirtuando una realidad difícilmente palpable por sus implicaciones emocionales.

A lo largo de la vida, todos vamos encontrándonos con personas que permanecen más o menos tiempo a nuestro lado. Desde que comenzamos a socializarnos, vamos ampliando los círculos en los que nos movemos y, de ese modo, de manera absolutamente natural, se amplían nuestros espacios de interacción.

Sin duda que ello conlleva un aumento del número de individuos al que conocemos, pero no ha de repercutir, necesariamente, sobre el número de personas a las que podríamos considerar amigos, sin matices ni ambages. Porque hay gente con la que estudiamos, con la que compartimos un ámbito laboral, con la que coincidimos acá o allá, que desaparece de nuestra vida con la misma facilidad con que apareció, y sin dejar apenas huella.

Es cierto que su presencia prolongada en nuestros días puede confundirnos a la hora de evaluar el grado de amistad que nos une con ellos, por la cantidad de vivencias que, a veces, se comparten. Pero, cuando transcurre una temporada tras la desaparición, con el poso que deja el tiempo, es cuando se discierne mejor quienes de aquellos que significaron algo, lo significaron de verdad.

Luego es cierto que en esto de la amistad también hay medidas. Y, en mi opinión, no hay nada que una más que una infancia vivida en común. Particularmente, he de decir que a unos cuantos amigos (que puedo contar con los dedos de una mano) los considero tan buenos amigos que significan para mí mucho más que algunos miembros de mi familia. Porque dicen que los amigos son la familia que elegimos. Y hay bastante de verdad en ello. Ya que, aunque por nuestras venas corran sangres sin lazos genéticos, los de la amistad se llegan a estrechar de tal modo que anudan con mucha más fuerza que algunos de esos sanguíneos que jamás significaron nada.

Luego, ese largo sendero que es la vida, durante la adolescencia, la juventud y la edad adulta, nos regala otro tipo de amistades, buenas, imperecederas, y sinceras. Pero nada comparable a esas amistades de infancia a las que no hacen mella ni el tiempo, ni la distancia, ni las circunstancias.