Si hay algo auténtico de lo que la iglesia actual deba sentirse orgullosa es de la alineación de la teoría con la práctica, la que no se limita a lo meramente litúrgico, sino que trasciende y lo hace compatible con el servicio a los demás, testimoniando aquellas palabras bíblicas de "por sus obras los conoceréis".

La iglesia institucional, se mantiene fiel a una estructura jerarquizada y dogmática. Tal vez por su propia esencia, posea una organización ajena a la democracia, como sucede con el ejército y alguna otra institución; no admite el pluralismo, ni la diversidad de corrientes internas, y a pesar de tener un mensaje doctrinal único son muchos y dispares los procedimientos que ha de emplear según que la pastoral vaya dirigida a los pobres y desheredados de una aldea perdida de El Salvador, o a los acomodados ciudadanos de cualquier urbe europea. Los primeros conciben la religión como un compromiso de solidaridad acorde con las enseñanzas de las bienaventuranzas, los segundos acuden a la religión en busca de la paz interior.

Jon Sobrino es un sacerdote vasco, un superviviente de la masacre de los jesuitas de 1989 en El Salvador, que arriesgó su vida en innumerables ocasiones enfrentándose a los regímenes totalitarios de aquella zona. Es uno de los principales representantes de la teología de la liberación. Hace unos días la Congregación para la Doctrina de la Fe ha condenado varios apartados de su doctrina teológica al considerar que en ellos se resalta la humanidad y el carácter histórico de Jesús bajo un punto de vista sociológico, antropológico y cultural, no quedando en cambio clara la idea de su divinidad, lo que se ha considerado un motivo de controversia. Jon Sobrino ha manifestado que, por coherencia y dignidad, no rectificará sus textos, ya que según él están sometidos a la doctrina de Juan XIII y del Vaticano II, y han sido traducidos a varios idiomas, obteniendo previamente el imprimátur por parte de importantes figuras de la teología universal. Estamos refiriéndonos a libros publicados hace ya varios años.

La amonestación del Vaticano trasciende a las enseñanzas de este jesuita y pretende tener un carácter ejemplarizante, extensible a todos los miembros de la teología de la liberación, precisamente en vísperas de la visita que Benedicto XVI realizará próximamente al V Encuentro de los Obispos Latinoamericanos.

XCON ESTAx forma de proceder, la jerarquía eclesiástica muestra su intolerancia hacia la teología de la liberación, a la labor humanitaria y de justicia social de un sector de la iglesia, al entender que los principios en los que se inspira están cercanos al marxismo, y constituyen la amenaza de una iglesia alternativa que pudiera expandirse al amparo de la proliferación que últimamente están experimentando los gobiernos de izquierda en Latinoamérica, alguno de los cuales son simpatizantes o han estado relacionados con este movimiento. También esta condena se interpreta como una advertencia hacia el sector más aperturista de la Compañía de Jesús, pero lo más clarificante es la inequívoca orientación del Vaticano hacia posiciones de conservadurismo y el mantenimiento de una actitud crítica hacia movimientos comprometidos a favor de la justicia en zonas desfavorecidas, y una renuncia hacia todo aquello que pueda comportar algún tipo de cambio.

Jon Sobrino es un teólogo comprometido con la causa de los pobres, un referente de la lucha por la justicia social en Centroamérica, un testimonio de la iglesia auténticamente evangélica. En estos tiempos en los que se nos pide altitud de miras, respeto hacia las opiniones contrarias, tolerancia, espíritu de diálogo, serenidad y sosiego, la jerarquía católica debería aceptar que existen lugares donde la cristología no puede ser impartida de una manera ambigua o aséptica, donde es preciso vivenciarla hasta que adopte ese carácter integral capaz de dar respuesta tanto a planteamientos de tipo material como espiritual, descartando cualquier teoría conspirativa respecto a que, bajo esta aparente discrepancia, pudiera solaparse alguna secreta intención de escisión o de cisma. Si así fuera, ¿quién dispondría de la fuerza suficiente como para poder impedirlo? Y más teniendo en cuenta que estamos refiriéndonos a un movimiento de marcado carácter espiritual, cuyos inicios se remontan a los ya lejanos años 60.

Una actitud intolerante y dogmática por parte del Vaticano hacia la teología de la liberación sería una torpeza, supondría tensar la cuerda hasta tal punto que finalmente podría terminar por romperse. El monopolio de la figura de Jesús y de sus enseñanzas no lo tiene nadie en exclusiva, es un patrimonio que admite muchas y variadas lecturas e interpretaciones y todas ellas son válidas, cuando están concebidas a la luz de la buena fe y al servicio de una causa justa.

*Profesor