El covid-19 nos pone entre la espada y la pared en muchos escenarios de nuestra vida y provoca una situación límite donde nos comportamos de manera innata y donde es fácil dar a conocer lo que realmente somos. Esta crisis nos permite un enfrentamiento interno de amor y odio hacia la humanidad. Un día lees que personas conocidas, vecinas o de la ciudad, están cosiendo, imprimiendo, haciendo voluntariados, cuidando a algún familiar... Y piensas, claro que sí, eso somos los humanos, solidaridad, compromiso, amor. Te hace volver a creer que la humanidad se caracteriza por la empatía y el altruismo. Y te vuelves a enamorar de la especie a la que perteneces, con orgullo y ganas de seguir. Pero de repente, mirando las noticias, algo te quema por dentro, sientes rabia, impotencia, y vuelves a ver el egoísmo y egocentrismo de la misma especie. Aquella que pone en peligro todo el trabajo hecho, el sistema sanitario y en todo el mundo con el fin de disfrutar de los días que, en lugar de tomarse en serio, se toman como vacaciones. Aprendamos, por favor, aprendamos...

LA CRISIS DEL COVID-19

El reto de enseñar

Jordi Verdaguer

Maestro

Por el confinamiento estoy obligado a dar mi clase por internet y no puedo. Preciso de mi aula, de mis alumnos, del calor de esa secreta comunión entre el que enseña y el que aprende. Hay algo de magia, dignidad y amor en la sublime función del maestro, cuyo fin es que en una clase que bulle o bosteza se produzca el pequeño milagro del conocimiento; penetrar la mente esponjosa de un alumno y sembrar una idea, plantear una duda o suscitar una pregunta. Entonces lo demás es superfluo, la mecánica enmudece y respira la palabra. Pensar en libertad, volar y arriesgar, atreverse a pensar por uno mismo, sin tutores ni muletas, ni máquinas que nos vigilen. Es la historia más bella de la enseñanza. Estoy obligado a hacer mi clase por internet y no puedo.

Personal de residencias

Gemma Cerezo

Barcelona

Quisiera pedir que los aplausos que dedicamos a todos los sanitarios para agradecerles su trabajo y dedicación, los hiciéramos extensivos al personal de las residencias de ancianos, que sin formación específicamente sanitaria y con falta de personal y de material (muchos de ellos se han contagiado del virus y están de baja) cada día atienden a las personas de mayor riesgo, cuidándolas en la enfermedad y acompañándolas en su muerte, supliendo a la familia que, desgraciadamente, no se puede despedir de ellas. Cuando hablemos de los héroes de esta situación nefasta que nos ha tocado vivir, por favor, no nos olvidemos de ellos.

Demasiados contagios

Jesús Zaragoza

Madrid

En estos días proliferan los merecidos reconocimientos a nuestros héroes sanitarios, y muchísimos héroes anónimos se juegan el pellejo todos los días. Como parte de la población civil, siento denunciar que no lo estamos haciendo suficientemente bien. Los cerca de 6.000 contagios diarios no se están dando por accidentes, que desgraciadamente pueden pasar, sino porque hay una cantidad nada despreciable de población que no lo está haciendo bien. Dejemos la autocomplacencia de una vez: hay que parar los contagios en seco. Los infectados de mañana no están escritos en ninguna parte: depende de nosotros.

Animación a la fuerza

Joaquín Zueras

Valladolid

Desde el inicio de la pandemia, un residente de la plaza donde vivo se ha autoproclamado animador del barrio. A diario, tras los aplausos al personal sanitario, abre su balcón y con dos altavoces que hacen que nos tiemblen las orejas y las paredes de casa nos ensordece con una música hortera e infumable a la que añade un micro con comentarios del mismo nivel. Se acabó el sosiego durante 40 minutos, la lectura relajada, la conversación amable, la audición de otras músicas. Pienso que cada uno debería saber gestionar sus emociones sin que se nos imponga con calzador una grotesca verbena.