Hoy me hubiera gustado reírme de este día, de la avalancha de cajas de bombones y colgantes en forma de corazón, esa víscera tan manoseada. Burlarme de las declaraciones eternas que duran lo que tarda en desaparecer el impulso químico de la atracción sexual, jugar con esos tweets escarpadamente líricos que nada tienen que envidiar a las antiguas estrofas de las carpetas adolescentes. Si mi boca fuera pluma y mi corazón tintero, con la sangre de mis venas, escribiría te quiero, y así, en plan sangrante y masoquista, al estilo de esas sombras de Grey que pretenden ser modernas y tienen más años que la yenka.

Me hubiera gustado, sí, tratar de recordar las cartas de amor que llegaban tres meses después de que la chispa se hubiera apagado, y sentir el vértigo de los mensajes instantáneos que acaban disolviéndose igual que el Cola Cao, y dejando los mismos grumos; pero la vida, como siempre, nos recuerda que no todo es literatura, hasta la pasión más allá de la muerte, los versos más tristes y la declaración más cutre.

Y cuando se han apagado los ecos de Romeo y Julieta , Dido y Eneas o los amantes de Teruel, y hemos sobrevivido al culebrón de la mentirosa Crepúsculo y a la tontuna de Moccia, el mundo real golpea la puerta y la ficción se retira a sus cuarteles de invierno. En Palma, que no es Verona, un matrimonio de ancianos se ha suicidado ante la noticia de su próximo desahucio. Ahora quién habla de amor constante, pupilas azules, y polvo será, mas polvo enamorado. Quién encuentra una metáfora contra la miseria, un símil para la vergüenza o un oxímoron que nos despierte de una vez como un puño sobre el cráneo.