El verano nos da agilidad a las piernas y nos convierte en peregrinos. Ciertamente, junto al calor están los tesoros de la carne y el espíritu. La pena es que no todo lo que flota resiste. A veces las cosas se hunden por exceso de encanto.

Los amores de verano son huracán que viene y nos alborota el pelo. Son pasión que se escapa sin avisar, y la mayoría de las veces, no vuelve. El corazón es tan vehemente que se consuela con todo lo que lo inunda de gozo. Hay cuestiones que son una especie de intranquilidad misteriosa; la emoción (por lo visto) es un espasmo involuntario del que nadie se libra. El mundo se puede resumir en frases; frases que al final paseamos por la vida y no en vano para que no suenen repetitivas: cambiamos de decorado. Claro, las mismas que en un determinado momento las convertimos en alfombra mágica, y con ganas, nos disponemos a volar sobre ellas. Confieso que hay cosas que me dejan perpleja: muchas son la obediencia del mérito y algunas hasta llegan a jugar con nuestros motivos. ¿Qué está pasando? ¡Muchos corazones andan tocados! Presiento (igual es cosa mía) que el sufrimiento nos deja una margarita en el pecho y busca paliar la angustia con amor. Con el calor (la verdad sea dicha) nuestras acciones se escoran a las pasiones. Lo del amor no sé yo... Lo momentáneo, aunque parezca altivo, mengua al momento; hay cuestiones que dichas en voz alta tienen la fuerza de la voz. Pero dichas en en voz baja, pueden ser la tristeza del silencio. Claro, no es lo mismo decir «me he enamorado»en alto que en bajo. Y no es lo mismo decirlo en Instagram, que soñar con las manos delicadas del amado/a recorriendo nuestro cuerpo.

Los amores de verano siempre andan preocupados por el tiempo. En definitiva (opinión subjetiva) son un tren de regreso con fecha de vuelta y hora. Qué de palabras mágicas se quedarán en nada al finalizar el verano. Las decepciones son la imparcialidad de la vivencia, muchas nos enseñan a entender la diferencia entre la renuncia y el honor.

* Escritora