Médico neurólogo

La noticia es escueta y dura. Un anciano mata a su esposa, demenciada por el mal de Alzheimer, y luego se suicida. Eran octogenarios, buena gente, se querían, los hijos les atendían bien. Pero este mal avanza lentamente, llegando a destruir la identidad del individuo. El cónyuge que conserva la razón no puede soportar más la inútil espera de la muerte. No es el primer caso ni será el último.

Faltan recursos sociosanitarios que asuman el cuidado necesario. Las familias pueden ser un buen apoyo para un tiempo, pero la sanidad pública debiera dar acogimiento cualificado a los pacientes y soporte a los familiares.

Puede que sea una opción cara, pero habría que establecer prioridades. No puede pedirse a la gente que sean héroes.