La foto final de Andalucía nadie la imaginaba. Todo el mundo intuía una rebaja de votos para Susana Díaz que le obligara a pactar bien a la izquierda (Podemos), bien a la derecha (Ciudadanos), pero nunca una debacle que removiera los cimientos de todo el PSOE y pusiera en jaque tanto a Ferraz como a los distintos barones autonómicos. El bastión socialista andaluz se tambalea y tiene todos los visos de que va a caer, lo que puede tener sus repercusiones en el resto del territorio nacional si no cambia el panorama político de los próximos meses.

Susana Díaz tiene buena parte de la culpa del desastre. La abstención registrada, del 58,6%, casi 4 puntos más que en 2015, denota que la líder andaluza no fue capaz de movilizar a su electorado, pero encima los apoyos cosechados, del 28%, quedan bastante lejos de los resultados ya de por sí malos que se alcanzaron en 2015, los peores de la historia hasta ese momento, cuando se obtuvo el 35,4% de los sufragios. Nada que ver con 2004 cuando el PSOE superó el 50% de los votos o con 2008 cuando consiguió el 39,6%. Eran otros tiempos, cuando el bipartidismo campaba a sus anchas en España, pero habrá que señalar que si se cae, y de esa manera, quien está al frente es en buena medida el responsable.

Sin embargo, hay otros factores que deben tenerse en cuenta. El primero de ellos, y quizás el más importante, la desafección de la política generada en la ciudadanía como consecuencia de la gestión llevada a cabo por el gobierno de Pedro Sánchez. No hay duda de que cuando se está en la Moncloa, y la política nacional funciona, ésta suma. Pero cuando se falla, puede generarse un descalabro. Que se lo digan a los barones autonómicos del PSOE cuando entró la crisis y Zapatero no pudo o no supo contenerla. Se llevó por delante a más de uno. A veces el principal enemigo de un candidato regional es su líder nacional. En la actualidad, la política española está contagiada hasta lo más hondo por el virus del problema catalán y ello lleva aparejado la pérdida de votos de quien ostenta el poder y, a la vez, la emergencia de partidos como Vox, mucho más acentuados ante la crisis territorial que vive España desde el famoso referéndum de autodeterminación catalán.

España era ajena a este tipo de formaciones, mucho más presentes en Europa. Pero ya no somos una excepción, e igual que en otras latitudes han venido para quedarse por problemas acuciantes como la inmigración ilegal o la corrupción de la vida política, en nuestro país se suma además la lucha del independentismo contra la España constitucional. Nadie podía pensar que esta cuestión, alejada en principio de la vida regional andaluza, iba a ser tan determinante en el resultado final como así ha sido y aquí entra la segunda causa del resultado: la planificación de la campaña electoral.

Lo dicen todos los expertos y se comprueba comicio tras comicio: cada vez son más relevantes las campañas electorales. Hace años, con los partidos tradicionales, la ciudadanía decidía su voto mucho antes de su arranque. La campaña electoral pasaba sin pena de gloria ante un electorado que ya tenía preparada su papeleta de antemano. Ahora, con tanta variedad de partidos, una desafección generalizada y la irrupción de las redes sociales, una buena campaña es crucial, sobre todo con ese sector poblacional de centro que lo mismo se inclina a la derecha en una convocatoria que a la izquierda en la siguiente.

El PSOE falló al plantear una campaña en clave andaluza y perdió 400.000 votos. Los populares cayeron en 300.000 y la coalición de Podemos e Izquierda Unida en 280.000. En cambio, Ciudadanos ganó 300.000 apoyos y Vox alcanzó casi los 400.000 cuando la ciudadanía ni conocía a su candidato. Se votó en clave nacional y quien así planificó su campaña se llevó el premio gordo.

¿Puede extrapolarse este escenario a otros territorios? Está por ver qué derroteros sigue la política nacional en los próximos meses como he dicho al principio: si hay presupuestos o no y si hay convocatoria anticipada de generales o se aplazan al otoño del 2019, pero qué duda cabe que, a estas alturas de la película, la política nacional lo contagia todo y el cauce a seguir no es obviarlo. No hay que olvidar que en Extremadura el PSOE ya vivió un batacazo en 2011 y el PP otro en 2015. Es más, ya es sabido que para gobernar no basta con ganar unas elecciones, hay que sacar más votos que la suma del resto que puedan hacer coalición. La idea de que gobierne la lista más votada murió para PSOE hace tiempo y ahora con las andaluzas también para el PP. La aritmética cuenta y los pactos postelectorales más. Veremos.