TLta confusión entre la anécdota y la categoría es consustancial a la sociedad humana. Ahora que estamos a vueltas con la memoria histórica, después de tanto esfuerzo puesto en olvidar, recuerdo la sorpresa que me llevé cuando, con ocasión documentarme para acopiar datos con destino a un libro, me tropecé con la cartelera teatral madrileña, durante los seis primeros meses del año 1936.

El género mayoritario predominante era el vodevil, seguido de los juguetes cómicos, y, si alguien hubiera tomado los títulos de las obras como referencia para conocer el estado de la capital de España, hubiera anotado un gran deseo de divertirse, una apuesta por la superficialidad, lo cómico y lo humorístico. En las últimas semanas de junio, y las primeras de julio, en vísperas de la sangrienta tragedia que sacaría lo peor de nosotros mismos, no se representaba ningún drama, ninguna tragedia, ni siquiera ninguna obra clásica.

Hoy, la cartelera teatral ha sido sustituida por los programas de televisión, y no verán allí reflejada ninguna preocupación económica, ni científica, ni sociológica, en un momento en que la emergencia de China va a desplazar el equilibrio mundial, las investigaciones sobre el genoma y la energía pueden cambiar la vida de millones de personas, y la desorientación occidental sobre el futuro la mantiene paralizada.

Como puede comprobarse esto es bastante universal. En Francia, enfrentados a una grave crisis del estado de bienestar, de lo que más se habla, se publica y se emite es del probable divorcio de la esposa del presidente. Si Cecilia Sarkozy se separa o no se separa, tiene novio o lo deja de tener.

Al excelente pintor Ingres le perjudicó su afición a tocar el violín. Todo el mundo habla del violín de Ingres, y nadie se refiere a sus cuadros. Y es que la anécdota es fácil de comprender y hasta divertida. Para descubrir la categoría, en cambio, hay que hay que pensar.