Las consecuencias inmediatas de un ataque al corazón, de un infarto, del síndrome de la muerte súbita, dependen en gran medida de la celeridad con que se actúe, un factor básico para determinar la posterior evolución del paciente. Relacionado con el tiempo de intervención, también es preciso tener en cuenta la proximidad al lugar donde se pueda incidir con eficacia en el deterioro provocado por el colapso. Tiempo y proximidad son las dos características esenciales de los desfibriladores automáticos externos (DEA), los aparatos que producen la descarga eléctrica que el corazón necesita con extrema urgencia para no dejar de funcionar. Mientras que los desfribiladores están instalados en todos los centros médicos gracias a la correcta intervención de la Administración, su presencia deja todavía mucho que desear en otros espacios en los que tendrían un alto porcentaje de utilidad, lugares en los que se suele concentrarse una gran cantidad de personas: pabellones deportivos, superficies comerciales, locales de diversión, hoteles, aeropuertos y otras estaciones de transporte, centros de educación, instituciones y empresas. La complejidad del uso de estos aparatos ha disminuido con los años y ahora son como un ángel de la guarda que salva vidas en situaciones críticas.