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Por otra parte, siempre se habla del tren a Madrid, pero para otros destinos es aún peor. Para ir de Cáceres a Sevilla se tardan casi cinco horas, el doble que en coche, solo hay un tren, y en un horario absurdo. Como absurdos son los horarios para ir a Salamanca: puede usted elegir entre las 11, las 11.30 y las 11.45. ¿No le conviene? El siguiente es a las 23.45, y no hay más. ¿A Lisboa? Con Alsa a las dos de la mañana, para llegar de madrugada, o con Avanza a las 18.45 h, para llegar a las 22 h. Horarios que quitan las ganas de viajar en transporte colectivo, y luego dicen que este no es rentable: el círculo vicioso de siempre.

Recuerdo cuando hablé con una estudiante de la India, que tras pasar un año en nuestra ciudad me decía que “los cacereños son todos iguales” y me ponía el ejemplo de que no había conocido a ningún vegano. Aunque me pareció exagerada su afirmación, es cierto que aquí se siente bien quien gusta de la rutina, y se busca la ruina quien pretende innovar en algo. Una actitud que casa con el conformismo de muchos, la pasividad que va dejando que nos coman el terreno, para quejarse demasiado tarde. Como aquel chiste del mexicano que, adormilado bajo su sombrero, tenía al lado a su perro también medio dormido. Pasó una liebre a toda velocidad. El perro, media hora después, articuló un desganado: «Guaaau». Su dueño, otra media hora después, comentó admirado: «Hoy estás peleón…» Así de peleones somos los extremeños, dejando que nos pasen de largo todos los trenes para echarnos luego las manos a la cabeza. Dejando que nos quitaran el tren Lusitania, que nos unía con Lisboa y que además permitía un mejor horario para ir y volver a Madrid; permitiendo muchos años antes que suprimieran el Ruta de la Plata que vertebraba el Oeste peninsular y daba vida a muchos pueblos.

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