La complejidad de la desescalada es proporcional a la magnitud del desconfinamiento del que salimos. Un operativo en el que confluyen los consejos de los expertos en el control epidemiológico, la traducción de estos criterios en normas jurídicas, la disciplina individual de cada ciudadano, la necesidad de reactivar la economía y el temor de los dirigentes políticos a perder la confianza de los votantes. De esa amalgama nace el plan de desconfinamiento que ha tenido sus prolegómenos en la autorización de la salida a la calle de los ciudadanos, no solo para trabajar o ir a comprar artículos de primera necesidad. Primero fueron los niños, y este fin de semana, los mayores y los adultos para pasear o hacer deporte. Es lo que el Gobierno ha dado en llamar la fase 0, que se completará a partir de este lunes con la posibilidad de realizar ciertas actividades con cita previa, incluida la recogida de comida en los restaurantes. Y partir de ahí, en aquellos territorios donde los indicadores objetivos lo permitan, se pasará a las siguientes fases, que prevén la apertura de bares y restaurantes, centros de culto, establecimientos hoteleros, etcétera, pero con limitaciones de aforo en cada unas de las fases hasta alcanzar la denominada nueva normalidad. El punto de partida es bueno, este fin de semana se lograron los mejores registros de muertos y contagios desde el confinamiento, aunque de forma desigual en los territorios. Los registros son menos buenos en las grandes conurbaciones, como Barcelona y Madrid, y en algunas comunidades autónomas como Castilla-La Mancha y La Rioja.

Esta visión macro del problema se llena de dificultades cuando se aterriza en la realidad. Para muchos comercios, pequeños y medianos, las posibilidades que se les ofrecen en la fase 0 y en la fase 1 no son fáciles de aprovechar. La cita previa, la limitación del aforo al 30%, el cierre de las áreas comunes en los hoteles y la seguridad del personal en peluquerías, dentistas o fisioterapeutas significan en la práctica una reducción de los ingresos que hay que ver si llegan a compensar los sueldos del personal además de los alquileres y suministros que han tenido que seguir pagando mientras ha durado el cierre total. La mayoría de este tejido comercial está en manos de microempresas que no acumulan ni grandes capitales ni grandes beneficios para soportar estas tensiones. Esta circunstancia es especialmente grave en todo lo relacionado con el turismo, ya que el tsunami los ha pillado justo al inicio de la temporada estival.

El Gobierno ya ha anunciado que intentará compensar estas circunstancias adversas. De momento, los expedientes de regulación temporal de empleo (ertes) se podrán levantar parcialmente para acompasar el ritmo de reincorporación de los trabajadores al ritmo de recuperación de los ingresos. Algo similar se debería ensayar en otros campos, como el de los alquileres y los suministros. También ayudaría a este sector una mayor diligencia y claridad en la publicación de las normas que afectan a estos sectores. Muchas peluquerías, por ejemplo, ya han anunciado que no abrirán porque no tienen claras las responsabilidades en las que podrían incurrir en cuanto a la seguridad de sus clientes. Tampoco ayudan los plazos con los que se publican las órdenes ministeriales.