Soy viajante y por mi trabajo tengo la suerte de conocer muchos lugares: ríos, ciudades, pueblos, puertos, playas, montañas, etcétera.

La verdad es que no solo no me da ninguna pereza conducir, que incluso me atrevo a decir que me encanta la carretera, sobre todo si el viaje se hace de día.

Por mi afición al campo y a la naturaleza en general, voy fijándome (con precaución) en los animales y vegetales a lo largo de los muchos kilómetros que recorro al año.

Extremadura es un vergel: Buitres, cernícalos, milanos, garcillas, cigüeñas, garzas, ciervos, zorros, alcornoques, encinas, madroños, un sinfín de especies que sería imposible enumerar, incluso por mi afición a la pesca con mosca observo las cebadas que hay en el pantano o río por el que paso, pensando por un momento que estoy en ese lugar con mi caña de mosquero.

¡Si hay un momento de estos viajes en el que me sienta mal, es cuando diviso algún animal atropellado en la carretera!

Esta mañana he sentido una pena tremenda al ver a este precioso tejón muerto en la mitad del asfalto. Hacía el viaje de Badajoz a Alburquerque y al pasar el río Gévora allí estaba este bello ejemplar.

Hoy me he sentido raro durante todo el día, he pensado varias veces cuánto hubiera dado por verlo vivo en el campo.

Está claro que como conductores no podemos en ocasiones hacer nada por evitarlo, pero el malestar perdura bastante tiempo después del atropello.

Una triste realidad provocada en ocasiones por la falta de pasos subterráneos en las carreteras.

Triste realidad la de esos animales que dejan de una forma absurda su vida en la carretera y que involuntariamente pueden provocar accidentes de tráfico con resultados dramáticos.

Pepe Alba ** correo electrónico