Este año, que en pocos meses concluirá, podría bautizarse como el año de la burla. Llevamos casi una decena de meses con un gobierno en funciones, debido a que, después de dos procesos electorales, las fuerzas políticas no han conseguido llegar a acuerdos que permitan la investidura de ningún candidato a la presidencia del gobierno. Y, mientras que la ciudadanía se debate entre el hartazgo y el cabreo, nuestros representantes siguen arrojándose los tiestos a la cabeza dentro de esa burbuja en la que parece haberse convertido el Congreso de los Diputados.

Ni los viejos, ni los nuevos partidos están haciendo lo necesario para que esta farsa concluya. Como en cualquier obra teatral, hay actores que interpretan mejor su papel y otros a los que se les nota lo artificioso de sus palabras y acciones. Pero ninguno de nuestros políticos está haciendo esfuerzos sinceros, ni sacrificios verdaderos, para alcanzar el necesario consenso. Es verdad que hay candidatos que cuentan con un importante aval de las urnas y de los electores.

Y, en cierto modo, ese aval les permite reivindicarse frente al resto de candidatos. Porque sí, hay otros candidatos que, por su actitud intransigente o por su excesivo tacticismo, ya fueron castigados en el segundo asalto electoral de este año. Pero aquí nadie se baja del burro, y todos parecen llevar anteojeras. Nadie da su brazo a torcer. Nadie está dispuesto a perder para que España, y los españoles, ganemos. Y así hasta más allá del abismo.

Porque tres procesos electorales en un año son poco menos que las estaciones previas a un trastazo de niveles tan descomunales que el abismo podría quedar en una simple broma. Y ocurre que aquí nadie se da por enterado, mientras el mundo entero nos señala como el ejemplo palmario de lo que nunca hay que hacer. Todos van a la suya, con sus estrategias, sus conveniencias y el egoísmo siempre en la testa. Y se hacen los despistados cuando, desde nuestro propio continente o desde allende los mares, nos retratan como una democracia frágil, imperfecta e imberbe.

La recua de 'síes' y'noes' de unos y otros son una melodía adolescente, ruidosa, inconexa y sin apenas letra. Y la fiesta de la democracia va camino de convertirse en un trámite aburrido y farragoso al que nos llaman a participar, cada tres meses, para, luego, ignorar el resultado de la libre expresión de nuestras opiniones y preferencias.