TSte nos viene un año encima muy propicio para que cabalguen hidalgos y medren molinos con vocación de gigantes. El ministro José Bono ya se está preparando (dada su condición de manchego) y mi vecino se pasa el día leyendo a Miguel de Cervantes por las escaleras.

Los españoles conocemos poco y mal a Cervantes. Nos obligaban a leer el Quijote en tardes de escuela y moscas con monotonía machadiana y palmetazos a diestro y siniestro. Y así nos fue. Luego, cuando crecimos y montamos casa y familia, decoramos nuestras librerías con ediciones compradas a plazo, orladas en dorado e ilustradas por Doré que muchos no se tomaban la molestia de abrir. Y más tarde, cuando pudimos pagarnos un coche sin calentones y unos días de puente por las casas rurales manchegas, nos acercamos al Toboso para visitar la casa de Don Quijote sin dar con ella.

Uno ha escuchado a Cervantes en multitud de escenarios. Sus entremeses y las adaptaciones que se han hecho de la novela universal, han sido y son materia de trabajo cotidiano. Pero hace unos días supe por qué Cervantes es Cervantes y su genio es su genio. Fue en el Centro Penitenciario de Badajoz al que acudí invitado por la monitora de teatro, Isabel. Un grupo de internos representaba una adaptación mía de La cueva de Salamanca . El patio de butacas del salón de actos estaba lleno de reclusos, el escenario lleno de Cervantes. Al inicio, la lógica algarabía de lo excepcional. Cuando empezó a escucharse a Cervantes, cuando el pícaro estudiante, la esposa adúltera, el marido cornudo y los demás tomaron vida en las tablas, el silencio, la atención, el impacto del lenguaje popular sobre aquellos espectadores. El genio de Cervantes una vez más.

*Dramaturgo y director del Consorcio López de Ayala