Los (brevísimos) días cacereño/navideños siempre propician encuentros. Casuales o programados, largos y pausados o de un ágil y apretado «hola-adiós». El caso es que la ruleta de los temas a tratar en estos cruces transita desde los terrenos habituales del trabajo, familia, salud a otros en los que entran en juego factores menos conocidos.

En uno de ellos, un amigo-lector me decía que le gustaban estas columnas (el «pero» implícito sonaba en mi cabeza a la segunda sílaba), aunque me limitaba a explicar lo que ya había pasado. Mi respuesta, que no quería ser defensiva ni reivindicativa, se basaba en que, al menos una vez al año, decido ponerme los ropajes del vate y trazar las líneas de por dónde discurrirán los senderos económicos del año por venir. Esa ocasión es la que leen.

Ya hemos contado que vivimos en un mundo inundado por el dinero (más bien, por la impresión de moneda). En una acción más coordinada de lo que sugiere un simple vistazo, los bancos centrales han «diseñado» una salida de la gran crisis a base de agresivas políticas monetarias, en sus diversas formas. En Europa, Estados Unidos o Japón hemos visto funcionar las expansiones cuantitativas (QE, en sus siglas en inglés) en toda su extensión. Combinadas con políticas de tipos de interés monetario reales a cero, o la compra directa de bonos corporativos (algo inédito en Europa).

Exista o no coordinación, el mantenimiento de estas políticas sólo se puede realizar por causas que justifiquen una expansión de tal calibre, que empobrece patrimonios y castiga el ahorro. No por nada, todos los banqueros centrales han declarado en su puesta en marcha que son medidas excepcionales y limitadas en el tiempo. Sólo que el paso del tiempo corre el peligro de convertir estas temporales excepciones en la nueva regla. Digamos que estamos a punto de convertirlas en reglas del juego.

Cuando no directamente funcionan como tal: verán que cualquier tímido anuncio de retirada de las medidas de estímulo contrae rápidamente a los mercados (en el corto plazo). ¿Por qué? Porque ese dinero es su gasolina para seguir generando réditos sobre la deuda. Porque (cerremos el círculo) ese dinero que sale de las medidas es una promesa, un préstamo. Deuda.

Por eso, 2017 debe ser el inicio de la normalización. Los bancos centrales deberán tender a medidas de tipos que se acerquen a la marcha de sus economías (en occidente, todas en un crecimiento aún débil pero continuado) y poner en marcha el final de las expansiones monetarias. Yellen ya ha abierto el camino en Estados Unidos (el famoso «tapering»), si bien las condiciones de la economía norteamericana difieren a la eurozona. Pero no hay más opción: retirar paulatinamente un exceso de liquidez que la economía no ha podido absorber en los últimos años. Hay que drenar.

Las consecuencias del largo período de aplicación de estas políticas ya son visibles. Una intervención tan potente como lo de los bancos centrales en los mercados distorsionan tanto el valor de los activos como de las transacciones. Por ejemplo, la decidida intervención de Draghi en la supervivencia del euro (y de sus miembros con situación más inestable) controló artificialmente el coste de la deuda de los países de la eurozona. Tan curioso era que España pagara por su deuda al nivel de países africanos, como que de repente sea un «valor refugio». Ejemplo de libro de formación de burbujas.

Draghi sabe que tiene que retirar las medidas de expansión. Pero se ha resistido (en público y en privado) a reconocer que será inmediato y que tendrá el alcance que le darán en USA. Tiene demasiado reciente el ejemplo del error de Trichet elevando tipos en medio de un colapso de los mercados. Pero, sobre todo, sus dudas recaen en la inestabilidad política: sin reformas estructurales de calado, una banca que sigue vinculada al dinero público y una espiral proteccionista que puede mermar economías exportadoras, como lo es la europea.

El romano teme que la respiración asistida sea algo más que un simple apoyo y de la fortaleza de la zona euro de resistir nuevas turbulencias. La economía de 2016 no es de la de 2008, y ha probado su estabilidad frente a eventos políticos inesperados (brexit, victoria de Trump). Pero sabe igualmente que ese drenaje que debe hacer, debe ser gradual.

En España, la economía ha de aprovechar un nuevo año en que creceremos entre el 2,5 y 3%. Lo cual pasa por la creación de empleo y en consolidar el sector exterior que, aún a menor ritmo, sigue su alza. Si no, la siguiente turbulencia nos sacudirá con fuerza. Haya o no (que será sí) normalización de las condiciones financieras. El drenaje.

*Abogado.Especialista en finanzas.