Es cierto que las personas de mayor valía no suelen dedicarse profesionalmente a la política, pero tampoco es imprescindible, llegados los comicios, votar a los más sinvergüenzas de los que se dedican a ella. Si algún rastro deja el año que agoniza, más allá del rosario de acontecimientos que la prensa rememora rindiendo culto al "flash back" de los 365 días, es ese de la existencia tumoral de una nutrida caterva de golfos que opera en las distintas administraciones del Estado, ora robando a dos manos los dineros y los recursos de la comunidad, ora ejerciendo desde sus cargos el nepotismo, el amiguismo y el clientelismo, ora, cual es aún más frecuente, ambas cosas. 2009, de dejar algo, deja la certidumbre del desamparo general ante el saqueo, pues lo que sólo podría conjurarse mediante el acierto en el voto, fruto de una conciencia política muy superior a la que gastamos, queda en manos de los tribunales de Justicia, que, sobre ser lentos y estar politizados sectariamente en las alturas, sólo pueden ocuparse de una porción mínima de los delitos de corrupción, aquellos pocos que llegan a descubrirse.

Concluido al fin el proceso de instrucción del Caso Malaya, tan emblemático por cuanto descubre la facilidad de los políticos ladrones, o de los ladrones metidos a políticos, para actuar impunemente merced a toda clase de altas complicidades (hasta que la avaricia les rompe el saco, lo que no ocurre en todos los casos), cabe reparar en los centenares de casos de corrupción política, o política-ladrillar, desvelados durante esos sus tres años de instrucción judicial. Los partidos, que se quejan de la cada vez más pésima percepción que la ciudadanía tiene de los políticos, son, sin embargo, los que más la fomentan con su inacción ante sus corruptos, cuando no con el desvergonzado amparo que les prestan. 2009, de dejar algo en lo colectivo, en lo social, deja un devastador sentimiento de impotencia. Que 2010 nos sea más propicio. Chin chin, Salud.