Escritor

Se inicia la cabalgada anual de cada uno de nosotros, llevando, en la mente y en el corazón, la esperanza. Frágil, si se quiere, pero es lo último que se pierde, al fin y al cabo. Una esperanza de poder vivir dignamente, abandonar egoísmos, admirar lo bueno y detestar lo malo, superar la adversidad, hacer amistades y amar cada día más. Un nuevo año, para la alegría y el paladeo de la belleza sin contaminación, mientras remite el sida, termina la mafia de la droga y la prostitución de adolescentes, con redes de pederastas que recrean sus mentes en inconfesables imágenes... Un año más, para que el mundo sea más solidario y tolerante, con rearme de un humanismo que haga renacer los valores perdidos, como mayor sinceridad, la capacidad de sacrificio, la tenacidad ante la prueba, la crítica más constructiva y menos hiriente, perdonando más y exigiendo menos... Que se atempere la fiebre del consumismo ante la esclavitud de las naciones pobres, atosigadas por el lastre de sus deudas. Que se acaben los genocidios a manos del sátrapa de turno y no se oigan más los tambores de guerra y sí las cítaras de la paz, en plácida convivencia planetaria. Que sean desterrados los conflictos, la zozobra diaria, la crispación general. Que la opulencia de unos pocos dé paso a un reparto más equitativo de los bienes, mediante leyes que no estén escritas en papel mojado. Y que la basura televisiva, la deleznable pornografía y el vulgar esperpento del famoseo, sean descuajados de esta sociedad maltratada. Se impondrá, así, esa verdad que ha pregonado la Navidad, y empezará a olvidarse el trallazo de la siguiente frase del nobel de Literatura, John M. Coetzee, en su novela, La edad de hierro : "Quiero bramar contra los hombres que han creado esta época".