Esta frase tan mágica, tan llena de esperanza para cualquiera que se disponga a comenzar un año nuevo, esperanza de cambiar las cosas siempre a mejor, no vale, desgraciadamente, para nuestra querida Extremadura. El dulzor que nos han dejado en boca las variadas formas de los mazapanes, el exquisito turrón, del blando y del duro, y la copita de gloria que nos supo precisamente a eso, se torna amargo el mismo primer día del año nuevo, que se suponía que nos traería «vida nueva».

El maldito tren que intenta recorrer las deficientes vías que serpentean la orografía extremeña, volvía a pararse y dejar pasajeros en tierra. Y cuando digo «en tierra» no me refiero a que se queda parado en una estación, no. Aquí la expresión «en tierra» significa en tierra pura y dura, o sea, en pleno campo abierto donde los extremeños vuelven a ser objetivos de cámaras fotográficas que, con poco esfuerzo artístico, nos trasladan, para quien las ve, a dos siglos antes.

Este primer día del año nuevo se encargaba de decirnos que Extremadura va a seguir igual, que el año será nuevo, pero la vida va a seguir siendo vieja, la de antes, la de siempre. Y para que lo recordemos, a mitad de la cuesta de enero vuelve a ser protagonista un tren extremeño que descarrila, ¿cómo no?, al querer circular por vías no aptas para cardíacos. Al menos, en el descarrilamiento no hay heridos, gracias a las velocidades «supersónicas» que alcanzan nuestros trenes. ¡Algo bueno tendría que tener, ir siempre a la retaguardia de los demás!

Y lo más triste de todo es que, mientras esto ocurre, los presupuestos de Cataluña engordan como cerdo en San Martín, por la fuerza que dan unos cuantos votos de independentistas que son necesarios para mantener unas cuentas aprobadas y a un presidente pegado a la Moncloa.

Pero, no hay que preocuparse, porque en la próxima manifestación volverá el presidente extremeño a encabezarla con pancarta en mano, a pesar de que alguien pudiera pensar que, para hacer que el tren extremeño funcione, el puesto del presidente de la comunidad debe estar en Madrid, haciendo política para y por Extremadura, y que nos deje a los ciudadanos hacer ruido en las calles.

¿Qué pensarán los diputados extremeños de la Cámara Baja que ven que, con sus votos, no hacen nada por Extremadura cuando votan en el Congreso a la sombra de los grandes partidos? ¿Se sentirán frustrados? ¿O echarán humo por sus tubos de escape, de rabia, como los pobres y viejos trenes de Extremadura en el Año Nuevo?