Al final volvemos al mismo sitio. España ha hecho una pirueta monumental y ese giro estúpido de 360 grados para no moverse, que colocan en el poder al mismo partido que sigue sin hacer, ni buena parte de los electores tampoco le obligan, limpieza interna para borrar la burbuja de corrupción.

La misma formación que sitúa a este país en la lista de la vergüenza mundial en la lucha contra el cambio climático, al destruir una política de energías renovables que amenaza además a la Hacienda nacional con una nueva ruina cuando la veintena de demandas internacionales presentadas por grandes inversores, a los que se aplicó el efecto retroactivo, sean falladas en los tribunales de arbitraje.

No espero para nada un nuevo Partido Popular de esta tercera investidura. No hay señal alguna que invite a pensarlo. Por supervivencia continuará por el camino que agranda las diferencias e injusticias sociales, y que en el fondo arruina al país; enclaustra a muchos jóvenes en sus habitaciones ante el ordenador, y expulsa a otros para entregar gratis a otros territorios esa renovación generacional y formativa que España ha costeado.

El problema es que en esto hemos perdido once meses, casi un año de la vida de todos, y regresamos al punto de partida pero en una situación peor; con menos esperanzas de que las élites políticas que hemos generado vinculen su progreso al de los gobernados.

El déficit público sigue aumentando, y esa imaginaria y perversa Europa que aquí nos hemos construido aguarda para pedirnos cuentas. Con toda la razón.

Entretanto, once meses, qué ha ocurrido. Una de ellas, que una ola de populismo cubre el país. Durante décadas nos hemos librado de la extrema derecha, quizá por la vacuna franquista, quizá porque había encontrado un nicho en el PP, pero esta sociedad española sin salidas no ha evitado el populismo.

Una marejada que va ocupando un espacio público muy superior al real, y ante la cual la inteligencia se retira a sus casas. Cuanto más ruido hacen, más silencio guarda la aún mayoría. País de linchadores emboscados, hoy en seudónimos o ‘nicks’ de redes sociales, el rigor intelectual apaleado no osa abrir la boca y hablar con perspectiva.

Y un país que se entretenía y en parte se instruía con solo dos cadenas de televisión, hoy zapea desolado por 40 canales digitales gratuitos de televisión a cuál más deleznable, henchidos de populismo social, salvo un puñado honesto de programas.

El periodismo también ha sucumbido en buena parte a la ola de lo fácil. Triste leer a articulistas que han demostrado brillantez, dejarse llevar por la corriente, retroalimentados en su ego por esos comentarios digitales tan queridos de la masa insatisfecha y presta para aplaudir al verdugo.

Entretanto, otro efecto, y enredados en la ciénaga, aparcamos los proyectos políticos que podrían, habrá que ver, ser importantes. En julio, debate sobre el estado de Extremadura, el presidente de la Junta propuso apostar por la Economía Verde Ciudadana. En unas semanas, se dijo, se presentarían las grandes líneas, y se hablaba de una estrategia para el 2030 con 20 sectores y 100 profesiones prometedoras. Dehesa, economía circular, y lucha contra el cambio climático, ejes principales.

Hemos vuelto a gastar meses de investidura con una pretendida bisagra de centro que chirría oxidada apenas estrenada; contemplado a quienes se rodean a sí mismos y quieren liderar la oposición pero se fijan más en el de al lado que en el de enfrente, y el vecino se lo devuelve; y escuchado a un partido sin líder, otrora modernizador de España, que tiene difícil ser el macho alfa depredador que anuncia, y a cuya militancia se le abren las carnes ante la venida de la reina del sur.

Entretanto sudamos a finales de octubre y el Observatorio de la Sostenibilidad avisa que la temperatura en Extremadura por el calentamiento global subirá dos grados en las próximas décadas, y que a mediados de siglo pueden haber desaparecido los alcornocales.