El 15 de marzo se ha quedado en mi calendario como el aniversario de mi boda y mi viudedad. Justo 27 años después de casarnos ella falleció en un accidente de tráfico en el que dos personas se dieron a la fuga. Quizás este próximo aniversario me vea en un juzgado frente a los implicados en la muerte de mi mujer. En este tiempo pasado son tantas las cosas que han cambiado su orden en mi interior, que las dudas sobre lo que siento hacia ellos nada tienen que ver con cómo me sentí en el principio de mi segunda vida. Me pregunto qué sucederá el día en que una carta del juzgado les avise de que han de presentarse a juicio por intervenir en un accidente con muerte y darse a la fuga; y también me pregunto qué puede suceder: ¿entrarán en la cárcel?, ¿se desmontará su familia?, ¿cumplirán servicios sociales?, y lo más importante para mí: ¿entenderán por qué? Y a mí, ¿qué me aportará la sentencia?, ¿descansaré en paz? Siento que no. He superado el dolor egoísta, la ira y el odio no están en mí. Si algo me produce es tristeza por ver que la falta de medios permite que el tiempo pase y esta anormalidad rompa la paradójica normalidad de sus vidas. En cualquier caso, ese día llegará, nos pondremos nerviosos, mi hija sufrirá de nuevo el dolor del recuerdo vivido y asistiré a un momento extraño a destiempo. Tenerlos delante no será fácil, pero sí más que superar su ausencia y mi repentina soledad. Si me leéis, lo siento por vosotros y vuestras familias. Cuando llegue, la muerte de Mercé os pesará y, ojalá me equivoque, pero en silencio os maldeciréis y os maldecirán, porque nada de esto tenía que haber sucedido. Que sea lo que la ley quiera y cuando quiera.