TTtengo bastantes amigos que escriben en este o en otros diarios. Por ellos, por mí y por usted también escribo hoy. Los periódicos actuales conservan una sección de cartas al director, donde los amables lectores defienden sus siempre respetables ideas y cuentan en su edición digital con un invento que permite a los internautas exponer convenientemente firmados o escupir de modo anónimo sus comentarios. No atribuyo a la casualidad que estos últimos suelan estar pésimamente escritos, sean parcos en opiniones defendidas elocuente o razonablemente y abunden en insultos y descalificaciones personales o juicios de intenciones no sobre la noticia tratada sino sobre el que escribe, su familia, su profesión y hasta su infancia. No me molesta la crítica. Enriquece y no tiene nada de indigna si el que la ejerce se identifica, diga lo que diga y, aunque sin rostro, va a nombre descubierto como hace el articulista al que además las normas de estilo de todo periódico le piden una foto que encabece sus opiniones. El que firma sin tapujos responde de sus ideas con la gallardía de los que defienden sus convicciones en buena lid. El anonimato siempre ha sido muy seguro para el que lo ejerce, pero también bastante cobardica, vil y apestoso. Internet lo favorece indudablemente, y esas nuevas tecnologías que permiten en los programas de televisión la triste ristra de mensajes plagados de faltas de ortografía, redacción y educación. Opinar es justo y necesario pero está feo insultar sin estilo y sin valentía. Sé que de la abundancia del corazón habla la boca. Por eso compadezco a los que en sus anónimas palabras destilan a veces tanta ignorancia, cobardía, rencor, insatisfacción, envidia o mediocridad. Quisiera tener la elegancia de no hacer aprecio. Lo apetecible con las plagas es fumigar, pero los insectillos que medran en las ondas y redes protegidos tras su invisible teclado son inmunes. Yo ya me he hartado. Y aunque no sé si me he quedado a gusto, lo escrito, escrito está.