Los Angeles, un sábado de marzo de 1928. Una madre soltera se despide de su hijo de 9 años para ir al trabajo. Al regresar, su hijo ha desaparecido. Lo denuncia ante la policía y empieza la búsqueda. Cinco meses después, aparece otro niño que asegura ser su hijo. La policía, tras la publicidad provocada por el reencuentro entre madre e hijo, insistirá en entregarle al niño, y la madre, presionada y con la promesa de que se seguirá buscando a su hijo, accede. Pero la policía cesa en la búsqueda. La madre insiste y, al enfrentarse al ´establishment´, es acusada de desequilibrada y de ser una madre irresponsable, y acaba internada --sin intervención del juez-- en un psiquiátrico.

Clint Eastwood cuenta esta tremenda historia en ´El intercambio´ con la misma precisa solvencia y contundente contención con la que narró ´Mystic River´ y ´Million dollar baby´. Las tres películas tienen algo en común: son trozos de la vida de unos tipos de una pieza, un tanto marginales, que se enfrentan a las dificultades y sobre todo a su entorno inmediato con un coraje sin alardes. También participan de una estética semejante. Hay planos de las tres en los que el ambiente recreado recuerda los lienzos de Edward Hopper , no solo por los colores y los temas, sino por algo más impreciso y difícil de formular: la sensación de soledad que transpiran tanto unas como otros. Pero, más allá de su anécdota, ´El intercambio´ provoca una reflexión.

A la vista de las barbaridades cometidas por la policía de Los Angeles (de las que vale como muestra --además de asesinatos sin cuento-- que pudiese encerrarse a una ciudadana en un psiquiátrico sin ningún tipo de control judicial), cabe preguntarse en qué se diferencia una democracia de una dictadura. Y la respuesta es clara: puede que los abusos se asemejen en algún caso, pero en las democracias siempre queda el recurso de promover --si se tiene coraje para ello-- una corriente de opinión que termine por echar al que manda si este pierde las elecciones. De ahí que pueda concluirse que la auténtica esencia de la democracia no está en el diálogo, sino en el cambio del que manda.