La economía no respeta ni las tradiciones. El 6 de enero se dedica desde hace años a reiterar los mensajes sobre la unidad española y la obligada referencia al papel de las fuerzas armadas como su garante. Pero el acto de ayer se desvió a otros intereses porque el presidente Zapatero tenía ganas de hablar. Es decir, de afrontar el desafío inesperado que le han lanzado desde la oposición, y con amplio apoyo mediático de todo signo, de que el estado de la economía española es "inquietante".

Visto que a ZP no le acosarán ni por la unidad de España rota por los estatutos de autonomía, ni por las supuestas concesiones a ETA, o ni siquiera por la apocalíptica disolución del concepto de familia, el centro de la elecciones de marzo será la "crisis económica". Pero, ¿cuál?, ¿la de un país que ha crecido más del doble que sus socios europeos o la de un Gobierno que ha impulsado un presupuesto para el 2008 que contempla mucho más gasto en atenciones sociales, manteniendo un bajo índice de endeudamiento público y buenas reservas de la Seguridad Social?

Zapatero hace bien en contraponer la creación de empleo --emigrantes incluídos-- y las saneadas cuentas públicas frente al pesimismo del PP. Aunque tampoco debe confiarse: los vientos de la economía global, que soplan desde EEUU y desde el interior de Europa, no son nada cómodos para afrontar una campaña en la que votan trabajadores que temen el desempleo o los hipotecados que no saben si podrán pagar la cuota mensual.

Por lo demás, el Rey optó ayer por pronunciar, en un acto de raigambre castrense, un discurso menos comprometido que el del día de Navidad. El monarca se ciñó a la condena de la barbarie terrorista, que ha marcado buena parte de su reinado. Un síntoma más de que el jefe del Estado es tan consciente de su popularidad y aceptación como de la dificultad para que se entienda su papel moderador, que también le ha costado, el último año, el mayor desgaste de sus 32 años de reinado, que ya se da por superado.