A principios de esta semana, cuando andábamos aún transitando el ecuador de noviembre, asistíamos al estreno del anuncio del Gordo de Navidad. Los espots de Loterías y Apuestas del Estado se han convertido ya en tradición, como antes hicieron los de Freixenet, Coca Cola, o El Almendro. Hay todo un género publicitario vinculado a la Navidad, y no por azar, porque, al que más y al que menos, se le ablanda el corazón -y se le afloja el bolsillo- cuando estas fechas familiares y entrañables se acercan. Y con esto no quiero decir otra cosa distinta de que el espot de Loterías persigue el objetivo que todo anuncio trata de alcanzar: vender, y cuanto más mejor.

Pero, independientemente de que se trate de un negocio, sí es cierto que, ese anuncio, con el que tratan de empujarnos a comprar más y más boletos, suele tener como motivo central una historia humana, emotiva y cercana, que, por lo general, despierta en el público sentimientos positivos, de cariño al prójimo, generosidad y buenos deseos hacia los demás.

La historia que nos cuentan este año es la de una maestra jubilada que, entre el despiste, fruto de su avanzada edad, y la confusión, que le genera el visionado de una emisión de televisión, cree haber resultado agraciada con el Gordo. La señora vive tal explosión de felicidad que comienza a compartir la alegre noticia con todo un pueblo, que, a sabiendas del error en que está incurriendo su maestra, la acompaña, cómplicemente, en la celebración.

La historia no resulta inverosímil porque está bien tejida, y porque la persona a la que no se quiere decepcionar es una maestra, toda una figura de referencia, en lo educativo y en lo vital, en muchos pueblos y ciudades de España. Es la de este año, por tanto, una postal hermosa y emotiva, con la que muchas generaciones de españoles pueden sentirse identificados. Pero es, al tiempo, un relato que induce a una cierta tristeza y desesperanza, porque, según transcurre el presente, es seguro que los escolares actuales, los adultos del futuro, no sabrán mirar a esa maestra con el cariño que, aún hoy, somos capaces de contemplarla.