Profesora

La fragilidad de las modernas sociedades o, si se me apura para ser más exactos, de sus esquemas de funcionamiento, se hace evidente en situaciones como la del último apagón de los Estados Unidos, relatado con pulcritud por los medios en plena canícula de agosto. Esa vulnerabilidad la habíamos visto antes, en el atentado triste del 11 de septiembre cuando se pusieron patas arriba los viejos conceptos de valor y poder, pero aquello fue demasiado específico y nada doméstico como lo que ahora nos ocupa.

Se va la luz en uno de los lugares teóricamente más avanzados del mundo por causas tan básicas como la falta de mantenimiento de unos sistemas eléctricos que de vez en cuando conviene potenciar e innovar. En un país que intenta continuamente ejercer su influencia sobre otros, los controles , técnicos, políticos... por parte de la Administración o los organismos competentes parecen haber fallado y el resultado está ahí en esas 30 horas que han sido precisas para volver a poner a funcionar todo lo que antes funcionaba y en esos casi mil millones de dólares de pérdidas (seis mil dicen otros que suman lo que se perdió junto lo que no llegó a ganarse).

Se va la luz y nadie de los obligados a hacerlo parece haber previsto que podría ocurrir embarcados sin duda en cuestiones de mayor enjundia y con la vista puesta en objetivos más aventureros. El poder de los grandes grupos económicos es el mismo siempre, en cualquier lugar, cuando en defensa de sus intereses manifiestan tenerlo todo organizado. Mayormente si el Estado se estrecha en sus obligaciones por no considerar preciso ejercer determinadas tutelas.

Aunque llegados a este punto no puedo menos de reflexionar si estas causas directas, productoras de semejante despropósito, no estarán directamente relacionadas con motivos mucho más intangibles, implícitos al comportamiento de los humanos. Trabajando a pleno rendimiento a favor de la vulnerabilidad ya citada.

Y aunque no me gusta pasar por fundamentalista y de sobra sepa que todos los tiempos tienen sus decadencias, ahora sí que parecemos asistir, en general, a una especie de entontecimiento colectivo que sólo los más lúcidos alcanzan a ver en todas sus dimensiones. Hoy las personas parecen moverse entre parámetros de ruda certeza en sus posibilidades y de escepticismo en la de los demás. Y con esa certeza, que sin duda provoca una gran autoestima en quien la tiene, muchos se lanzan a ganar el mundo sin complejos aunque eso traiga consigo la falta de competencia en las actuaciones normales a su cargo. La humildad no cotiza en bolsa, así que desgraciado de quien dude de sí mismo y se pare un minuto a reflexionar sobre la dirección de sus futuros pasos porque siempre habrá alguien con menos escrúpulos que le pasará por encima.

Y sin embargo la duda es quien aviva la llama del avance al permitir evaluar las posibilidades reales, los caminos posibles, las ventajas de la innovación en los viejos códigos y metodologías.