La universidad de Extremadura, aquella que no hace mucho ponía el grito en el cielo por la mala fama de sus facultades y sus medios da hoy otro motivo más para agrandar esa vergüenza, esa mala fama que a pesar de ser fama en el ámbito universitario sigue siendo mala.

Hoy, 16 de abril, un día después de la comparecencia de la ministra de educación, Isabel Celaá afirmase que no habrá clases en verano, se da a conocer la Resolución del Rector de la Universidad de Extremadura. Dicha resolución únicamente para aplazar el calendario de exámenes con la esperanza de poder realizarlos presencialmente, aplazarlos hasta el 26 de julio para la convocatoria extraordinaria.

Un día después de que la ministra de educación dijese que las condiciones no son las apropiadas para dar clases en verano, el Señor Rector que parece no haber pisado Extremadura entre mayo y octubre cree que las condiciones si son apropiadas para meter a 70 estudiantes en un aula extremeña, una región en la que rozar los 40 grados en esas fechas es el pan de cada día.

El asunto de las fechas de los exámenes no es el único que nos cabrea a los estudiantes de la Universidad de Extremadura, ni siquiera el que más nos saca de nuestras casillas. Es solo lo último, la última gota que ha colmado el vaso, un vaso que se empezó a llenar con la negación a suspender las clases presenciales, y que esto solo se hiciese por la “recomendación del gobierno central”. Se ha ido llenando por la inexistencia de clases online,de aquellas por las que se sustituirían las clases presenciales. Se ha ido llenando porque las explicaciones, por las que no hemos pagado poco dinero, se han sustituido por diapositivas o algunos PDF y preguntas por correo electrónico cuyas respuestas llegan tarde, cuando llegan. Se ha ido llenando por un bombardeo a trabajos que de modo presencial no se habrían mandado de ninguna manera, trabajos que de nada valdrán a la hora de evaluar. Se ha ido llenando por la incertidumbre, incertidumbre creada desde el rectorado por su tardanza, por su incapacidad para tomar decisiones de forma ágil. Se ha ido llenado por el hartazgo de todos, de ser los últimos en los que se piensa, de ser los únicos perjudicados, porque nadie va a perder su sueldo ni su puesto, aunque no estén trabajando.

A todo lo anterior sumar el empeño en hacer unos exámenes como si no hubiera pasado nada, en lugar de adaptarse a las circunstancias, en lugar de asumir que no ha existido una docencia de calidad, o docencia alguna, en lugar de fomentar una evaluación basada en trabajos y actividades de evaluación continua como están pidiendo los estudiantes y como establece el Plan Bolonia. Se empeñan en hacerlos si o si, para mantener un prestigio que por desgracia nunca hemos tenido y que estando en manos de quienes estamos nunca tendremos.