De aquí a siete días estaremos votando, y muy expectantes a que a partir de las nueve de la noche empiece a ofrecer datos la web oficial gubernativa de recuento e información, en unos comicios de encrucijada a la que nos ha llevado el bloqueo de los últimos meses y la incapacidad crónica de la izquierda española en ponerse de acuerdo en los momentos trascendentales, dentro de un sistema de partidos que se renovó a partir de 2014 con nuevas formaciones de izquierda, centroderecha (parecía), y que reventó definitivamente con la salida de la extrema derecha del PP para ofrecernos un rompecabezas que se ha vuelto ingobernable.

Los sondeos diarios o ‘tracks’ venían dando un terremoto respecto a lo ocurrido el pasado 28 de abril, con un acercamiento casi de aliento en el cogote de Pablo Casado sobre Pedro Sánchez, hasta que el Centro de Investigaciones Sociológicas, despistado y fallón ante las autonómicas andaluzas de hace un año, pero bien certero desde entonces, vino a desmentir tales avances demoscópicos y a contradecir sus resultados.

Básicamente el CIS venía a darle la razón e incluso mejorar el pronóstico de los gurús de la Moncloa, que hablaban de 140 diputados frente a los 123 actuales del PSOE, y a rebajar las expectativas de un PP crecido a costa de no hacer nada, pero del que se acaba de saber su vinculación con una campaña negativa, o «sucia» abiertamente según otros, que usando al último Frente Auténtico de Judea en la izquierda, el Más País de Errejón, está fomentando la división socialistas-podemistas para propagar la abstención en los electores de izquierda.

Contemplando las cosas que han ocurrido desde finales de abril para acá podría decirse que poco hay que analizar porque nada ha pasado salvo esa frustración y demostración de que Sánchez e Iglesias están condenados a no entenderse; realmente no se han entendido en ninguna ocasión, ya se malogró un gobierno amplio de concentración, con un Ciudadanos que entonces sí parecía el nuevo centroderecha liberal, en 2016, y ya empiezo a estar extrañado, e incluso incrédulo como si nunca hubiera existido, sobre aquel acuerdo político amplio y tremendamente interesante firmado por socialistas y podemistas a finales de 2018 que parece haberles quemado en las manos, y al que le ha fallado la concreción política, cómo articular un poder de izquierda fiable y estable, capaz de llevarlo a cabo.

En los últimos meses realmente lo único significativo, tras el bloqueo de la izquierda que ya viene de antes del verano, es la sentencia sobre el proceso separatista, y la reacción hasta ahora desconocida en esos niveles de parte de la política y ciudadanía catalana.

Cuesta creer que la movilización amplia de la izquierda en abril se haya ido totalmente al garete, de tal forma que el PSOE ganara por los pelos y Unidas Podemos se vea desplazada por Vox a la cuarta posición como fuerza política, pero sí es más verosímil el hundimiento, no se sabe si ya definitivo, de Ciudadanos, dada la insustancialidad y bandazos de su líder Albert Rivera.

Aunque ciertamente la crisis catalana haya alimentado la radicalidad, para impulsar en aquella comunidad a ERC o la CUP, y a Vox en el resto de España, y de hecho han vuelto a vestir de rojo y gualda las banderas las fachadas de nuestros bloques de pisos, va contra toda lógica social que la extrema derecha vaya a cumplir anteriores pronósticos, fallidos, que le situaban por encima de los 30 y hasta 40 diputados.

Me quedo, entre tracks apocalípticos y encuesta del CIS que no incluye el efecto de la sentencia contra los separatistas y posteriores hechos, con una situación similar a la de abril, con cierto ascenso del bloque de la derecha, y que probablemente desembocará en un gobierno en precario de Sánchez, para una cierta tregua entre bloques hasta que Pablo Casado haga, en nuevas elecciones, el asalto definitivo a la Moncloa.

*Periodista.