Siempre me interesó el tema del Apocalipsis. Mi curiosidad era morbosa y malsana. Lo reconozco. Tenía su origen en la infancia, cuando en la oscura tarde invernal un marista nos explicaba en clase cómo serán aquellos días de terror.

Busqué sobre el tema en las profecías de Nostradamus, en el libro sagrado de san Juan y en la obra de Vicente Blasco Ibáñez, por si, a través de los desastres de la guerra, el hambre, la peste y demás signos anunciadores de la hecatombe final, podía mi mente entender el alcance de las desdichas que nos aguardan. Todo inútil. Pero mi interés se ha visto al fin recompensado. Sin esperarlo, con aires proféticos, me lo han anunciado el presidente Aznar y algunos de sus discípulos más clarividentes, como don Mariano Rajoy. Los profetas del siglo XXI hacen sus augurios a través de la tele. El Apocalipsis es el plan Ibarretxe.

El columnista es pobre en palabras para explicar lo que será lo que el lendakari ha maquinado. No llego a comprender tanta perversidad. Sólo sé que será algo tremebundo, espantoso y espeluznante. Tal como lo he entendido lo transmito al lector, con la recomendación de que no deje esta hoja de periódico al alcance de los críos, no sea que esta noche no puedan conciliar el sueño.

Como no podía ser de otro modo, el señor Aznar ya ha dicho que se valdrá de todos los medios para contrarrestar los efectos execrables del plan. Acudirá a todas las instancias jurídicas para neutralizarlo, lo cual está muy bien, pero yo le aconsejaría que pidiera al cardenal Rouco unos exorcismos ante un retrato del lendakari, pues un plan tan maligno sólo puede ser obra del diablo.