En los últimos tiempos, parece que, desde ciertos sectores, se lanzan sombras sobre la virtualidad de la Monarquía, pensando que, quizás, ya no pueda dar más de sí, o se procede, con frívola procacidad, a la quema de fotos de los monarcas, o se ridiculizan sus símbolos, personas y ambientes. Lo que es una supina irresponsabilidad y una inconsciencia política, por parte de algunos, cuya actitud, por otra parte, no pasa del alboroto. Porque una institución que, hasta ahora, era la única que emergía impoluta en el guirigay nacional, segura siempre en la trayectoria de su exquisito proceder, ocupando, de forma irreprochable, su lugar adecuado, y haciendo, habitualmente, gala de una escrupulosa moderación, sin extralimitase ni un milímetro en sus competencias, de la noche a la mañana, las palmas de otrora se vuelven lanzas para la Monarquía. Pero sospecho que tales agresiones no son más que picoteos de poca monta, que la Corona goza de buena salud, que el Rey don Juan Carlos I sigue aferrado a su prudentísima actitud de no traspasar un milímetro lo dictado por la Constitución, y que su proverbial amor a la Patria le hará estar siempre a la altura de los acontecimientos. Las dudas, pues, en cuanto a la rectitud de su servicio al pueblo, no son de recibo, y una tacha sobre su insobornable trayectoria, mancilla sus 32 años de labor excepcional. Una larga vida de servicios prestados, incluso desde que era príncipe, tratando de trenzar los mimbres de la inminente Democracia, tejiendo hilos con todos los partidos políticos, sin discriminar al Partido Comunista, cuando el búnker frontalmente se oponía a ello, porque quería ser "rey de todos los españoles", según postulaba su padre, el conde de Barcelona.

Y es un grave error, cuando, por ejemplo, se le acusaba de que fue designado por Franco , sin pensar en que, el país, la noche del 23-F, le dio toda la legitimidad, cuando pegado a la radio y a la televisión, las calles vacías y la espada de Damocles encima de su cabeza, le vio vestido de capitán general, cortando en seco la osadía de Milans del Bosch , con sus tanques en la calle, y abortando la intentona del bravucón Tejero que puso en un brete la seguridad del Estado. "Majestad, nos habéis salvado la vida", diría el propio Carrillo , al día siguiente, en la reunión con los representantes de todas las fuerzas políticas. Una ocasión, en fin, en que, según Philippe Nourry , había sido la "noche de la consagración" de nuestro Rey, y, por supuesto, "el borbonazo", según Francisco Umbral .

XY LA DUDAx es improcedente, cuando en este "torbellino de polvo, en el camino de la Historia --que es España-- después de que un gran pueblo haya pasado al galope", al decir de Ortega , ha sabido estar al timón, día a dí, sabiendo dar la respuesta justa en servicio de todos los ciudadanos, como sólida columna ante los avatares de todos vientos políticos acaecidos. Un servicio que se hizo especialmente tangible cuando alentaba una transición, de la dictadura a la democracia, "sin espíritu de revancha, sin venganzas personales, sin ajustes de cuentas", en una época de no pocos peligros y frágiles esperanzas. Un aliento regio, que ha sido elocuente, en tantas ocasiones, como en su indiscutible proyección internacional y brillante protagonismo en los foros mundiales, o cuando, ante los empresarios de todo el mundo, ha sido el mejor embajador de nuestros productos... Servicio, que, dígase de paso, le ha granjeado, quiérase o no, el amor de su pueblo, junto a la reina doña Sofía , la "gran profesional", siempre solícita a lo que quiere el pueblo español.

Y, finalmente, su presencia, siempre útil, se ha vestido de coraje, cuando, en la última cumbre Iberoamericana, puso sus reales en el sitio justo y en el momento oportuno, con el saludable corte por todos conocidos, glosado por algunos como intempestivo, de lo que discrepo, dada la locuacidad de Hugo Chávez que distorsionaba, histriónico, el uso de la palabra de nuestro jefe de Gobierno. Nunca el aplauso fue tan universal a una expresión tan feliz --"¿Por qué no te callas?"--, dicha con la campechanería de los Borbones, y en el lenguaje castizo de la calle, que podría traducirse por esta otra, de cortés advertencia: "¿Por qué no lo dejas hablar?".

En síntesis, toda nuestra devoción para la Monarquía, no sólo "juancarlista", como se dice, sino totalizándola en sus profundas raíces y en todas sus virtualidades, que nuestro Rey tantas veces ha puesto en valor. Una Monarquía, que, el mismo Salvador de Madariaga , ministro de Instrucción y de Justicia, de la República, en 1934, llegaría a decir, en abril de 1976, de vuelta de su exilio: "Si la Monarquía no la salvan los españoles, que Dios salve a España".

*Doctor en Geografía e Historia