El ejercicio de diplomacia equilibrada desarrollado por el Papa durante su viaje por Oriente Próximo ha pretendido reforzar la solución de los dos estados para el conflicto palestino-israelí. Pero es probable que a ojos de los fundamentalistas mosaicos y los partidos xenófobos antiárabes, haya reforzado el nuevo enfoque que la Casa Blanca quiere dar a la cuestión cuando el próximo lunes visite Washington el primer ministro de Israel, Binyamín Netanyahu. Y aun entra dentro de lo posible que los anfitriones palestinos de Benedicto XVI hayan visto en sus conversaciones con los líderes israelís dosis excesivas de comprensión hacia sus adversarios.

De ser así, el peso de la tragedia habría distorsionado el esfuerzo papal por mantener la equidistancia. Con independencia de la campaña harto sospechosa destinada a recordar el paso del Papa --entonces un adolescente-- por las Juventudes Hitlerianas, es evidente que no podía eludir el homenaje a las víctimas del Holocausto. De la misma manera que, al margen de los conocidos deslices del Pontífice en relación con la herencia del islam, no podía pasar por alto los padecimientos sufridos por los palestinos desde la independencia de Israel en 1948 hasta la guerra de Gaza de diciembre y enero pasados.

Debe añadirse que el viaje a Tierra Santa del Papa, más allá de la retórica y las apelaciones a la historia, lo es a una región casi cerrada a la prédica de las iglesias cristianas. A pesar de las referencias al diálogo interreligioso como un valioso instrumento para alcanzar la paz, lo cierto es que el encono entre credos y la disputa por administrar los símbolos alimentan el conflicto y ponen bajo sospecha toda propuesta política arropada por una de las tres religiones del Libro.

En este punto, el mensaje del Papa no es una excepción. Pero para los verdaderos defensores de una salida equilibrada del inmenso laberinto palestino-israelí está más cerca del realismo y del horizonte de la paz la defensa de los dos estados hecha por Benedicto XVI que el propósito de Netanyahu de negociar "sin ningún plazo y sin ninguna precondición", porque la única perspectiva de futuro en este caso es el campo de batalla y el sufrimiento inacabable.

Y el mensaje papal contiene, desde luego, más dosis de esperanza que la queja acalorada del mufti de Jerusalén y la amenaza permanente del ministro israelí de Asuntos Exteriores, Avigdor Lieberman, de humillar a los árabes.