El dictamen del Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) que reconoce el derecho del Barça a retener a Leo Messi --al igual que el del Schalke 04 y el Werder Bremen a no prestar dos jugadores a Brasil-- supone un gran triunfo legal para el club que ha dado pie a un elegante gesto institucional: consentir finalmente que el futbolista se quede en Pekín y participe en los Juegos Olímpicos con la selección argentina. De las autoridades deportivas argentinas hay que decir justamente lo contrario. El virtual secuestro del jugador, incluso después de tener noticia de que el TAS había dado la razón al Barça, constituye uno de los episodios más inconcebibles de arbitrariedad, chauvinismo y desprecio por las formas que se ha registrado en el deporte profesional. Suponer, como ha hecho Jorge Grondona, presidente de la AFA, que Messi se debía quedar en Pekín fuese cual fuese el dictamen del TAS es tanto como despreciar la autoridad de las instituciones deportivas cuando se produce una colisión de intereses. Invocar los sentimientos del jugador para retenerle, como ha hecho el seleccionador, delata una tendencia al oportunismo impropia de un deportista.

Un oportunismo bastante parecido al de la FIFA, que forzó las cosas para llevar a Messi a Pekín y ha quedado desautorizada. Por mucho que lamente la decisión del TAS a coro con el COI, lo cierto es que el fútbol profesional, con un calendario a menudo inhumano que no tiene en cuenta los periodos de recuperación que precisan los deportistas de élite, debe ponerse al día, respetar a los jugadores más de lo que lo hace y atender a los intereses de los grandes clubs, que pagan a las estrellas.