No quiero que se me tache de fatalista porque no lo soy, en absoluto, sino todo lo contrario, pero la verdad es que estoy algo sensibilizada con todo lo que rodea el ecosistema, la naturaleza y la biodiversidad. Seguramente tendrá que ver con la circunstancia de que el último fin de semana me he dedicado como cada año a participar en la feria de mi pueblo, con nuestro tenderete de la protectora de animales de la que formo parte y aún sigo con el tema.

La verdad es que nada que tenga que ver con la vida me es ajeno y menos cuando se trata de perros y gatos, que son animales, como nosotros, sólo que bastante más agradecidos, menos complicados y sin duda más honestos. Por desgracia su dependencia y lealtad les condena a menudo a ser abandonados por dueños caprichosos y nosotros desde la apac --así se llama nuestra protectora-- nos ocupamos de ellos y de promover su adopción.

Yo no sé si la madurez de una sociedad se mide por la forma de tratar a sus animales, como diría el profesor Sabater , pero me consta que en general aquí no pasaríamos el aprobado.

En nuestro afán egoísta por tener y controlar todo nos estamos cargando el planeta, pues el sistema de valores ya hace tiempo que como sociedad se extravió en algún sitio, no sé si tuvo que ver con la euforia de la democracia tardía, con la adoración consumista o con esta nueva tolerancia que ha permitido que nos dejemos de respetar incluso por nuestros hijos, pero lo malo es que nos planteamos la defensa de la naturaleza, como si sólo estuviéramos de fin de semana.

Tenemos un planeta para dar a nuestros descendientes y lo estamos dejando cada vez peor, no les va a servir mucho internet, los móviles o toda la tecnología, si no saben protegerse del sol, encontrar agua o administrar los recursos de forma que puedan compartirse. Y en este mundo de derroche en que la gente necesita un 4x4 para circular sólo por ciudad, gastando combustible que no tenemos e hipotecando el futuro comprando cosas que no necesita, cada vez parece más difícil conseguir un poco de sentido común, especialmente por los que tienen poder de decisión.

Cumplidos ya tres decenios de experiencia como empresaria, nunca he dejado de fijarme en los animales, la capacidad organizativa y la optimización de recursos de las hormigas, la extraordinaria fuerza emocional que lleva a los salmones a remontar miles de kilómetros para subsistir, de la misma forma que las empresas buscamos mercados emergentes y hasta el sentido de grupo que protege a los chimpancés y que no es otra cosa que el trabajo en equipo que hace grandes los proyectos.

Parece que todo funcione en congruencia con la naturaleza, menos nosotros, qué lástima, porque si escucháramos un poco más descubriríamos muchas más cosas de los demás que nos permitirían hacer mejor nuestro trabajo, del mismo modo que las empresas que andan más atentas saben anticiparse mejor a las necesidades de sus clientes y acaban triunfando.

*Consejera delegada del Grupo Select