Es evidente y absolutamente demostrable que los españoles no sabemos ser pobres. No se nos da bien esa carrera y nos tienen que indicar constantemente cómo se debe comportar un buen pobre --el pobre de vocación y solemnidad-- que es el que está llamado a subir a los cielos. Bien es cierto que tenemos la suerte de contar con brillantes políticos conservadores --gente de orden, como Dios manda-- que nos instan constantemente a comportarnos como menesterosos de pro y a no exigir ni pedir lo que un necesitado no debe necesitar.

Ya lo dijo una diputada con una frase muy gráfica y contundente en el mismísimo Parlamento de la Nación, cuando alguien habló de la cantidad de parados, de pobres, de desahuciados, de indignados por las injusticias que estaban protestando masivamente en todas las ciudades: ¡¡Que se jodan¡¡. Sentenció con energía y convencimiento.

Otros compañeros de su mismo Partido --quizá más comedidos y didácticos-- prefieren enseñar a los compatriotas cómo se debe comportar los buenos pobres; los que ha llegado a esa situación tan ventajosa --de cara a la eternidad-- no por sus méritos personales, sino por las medidas y recortes que tan oportunamente han impuesto los ilustres diputados de la mayoría del Gobierno: Soportando con paciencia el ser echados de sus casas por los bancos y los propietarios de los pisos donde viven sus familias. Reconociendo la labor altruista de los empresarios tradicionales, al despedir a la mayoría de la plantilla de sus empresas para que no disminuyan sus beneficios ni el rendimiento de su inversiones. Bendiciendo incluso los sueldos, prebendas, cargos y gabelas de los sabios personajes dedicados a las labores políticas y financieras. Mientras ellos penan y sufren hambres y miserias, con sus hijos y esposas en la calle. Intentando aprender de verdad cómo se debe resignar un buen pobre. Consumiendo, incluso, yogures u otros alimentos caducados y duchándose con el agua fría para ahorrar energía.

XENTREx estos caritativos parlamentarios los hay, incluso, que dan explicaciones a los más contumaces sobre el origen de sus penurias, debidas a los vicios adquiridos bajo gobiernos precedentes: "Los hay --decía uno de estos "samaritanos" de la política-- que dejan de pagar sus hipotecas para comprarse televisiones de plasma. Así que el desahucio les viene muy bien para morigerar sus costumbres". "Reclaman violentamente que se les admita la entrega del piso hipotecado en pago de la hipoteca --sentenciaba un colega del anterior-- para poder comprarse un apartamento en la playa; así que, de ninguna manera, se puede establecer por ley la "dación en pago", que sería ruinosa para los bancos, propietarios de pisos o entidades de crédito.

Hay que saber ser pobres con rectitud y paciencia. ¡Nada de manifestaciones por las calles en protesta por despidos, recortes, desahucios o abolición de ayudas estatales a estudiantes, investigadores o inválidos¡. Manifestaciones y aglomeraciones ciudadanas que no hacen más que cortar o dificultar la circulación de los coches de los diputados --porque siempre se hacen en las proximidades del Congreso-- o de los Presidentes de los Bancos, cuando se hacen en la Puerta del Sol.

Por supuesto: ¡Absoluta prohibición de los "escraches", vocingleros y escandalosos, delante de las casas de los responsables parlamentarios!. Molestan a sus hijos pequeños y no los dejan dormir. No importa que los hijos de los "indignados" que están protestando, estén en la calle porque se les ha expulsado de su casa, y ni siquiera pueden dormir ni reposar. Los "escraches" --curiosa palabra inventada "ad hoc"-- son propios de "nazis", "fascistas" y facinerosos, porque intentan violentar los votos de los diputados de la mayoría parlamentaria.

Nadie admite que el voto ciudadano --el que entregó esa mayoría legislativa al Gobierno-- ha sido ya "violentado" al no cumplir ninguno de los objetivos y promesas que se hicieron en la campaña electoral para obtener el poder y la confianza de la gente. Nos estamos acostumbrando a ser violentados por falsas promesas y falsas previsiones; lo que no falla es la pobreza en sí: "Real como la vida misma", que nos obliga a aprender de nuevo lo que ya creíamos casi olvidado.