El ser humano, cuando termina el ciclo de la gestación, siente un impulso vital irresistible para salir al mundo exterior. Está comprobado científicamente que cuando tiene dificultades sufre y se angustia poniendo en riesgo su vida futura. La salida del claustro materno le convierte en persona con plena expectativa de derechos aunque la mayoría los alcanzará cuando las leyes se los vayan otorgando. Desde sus primeros días le saldrán al paso propuestas diversas para que su vida transcurra por cauces marcados desde hace tiempo. Las decisiones se toman por las personas más directamente, encargadas de su guarda y custodia. Siempre habrá otros que querrán decidir por él y señalarle los objetivos que más le convienen, según la especial visión de sus paternalistas custodios.

Según Gerald Dworkin , paternalismo es la acción y efecto de inmiscuirse en la libertad de acción de una persona justificándolos por razones que conciernen exclusivamente al bienestar, la felicidad, las necesidades, los intereses o los valores de la persona sujeta a coerción. La lucha por la capacidad de autodeterminarse, al margen de fuerzas extrañas, es difícil y no siempre se consigue en su plenitud. La vida en sociedad deja poco espacio para la individualidad, la autonomía y la libertad. A pesar de todo la capacidad de autocontrol y de escoger los espacios para el libre desarrollo de la personalidad permiten que el aprendizaje pueda alcanzar cotas notables de dignidad, sensibilidad, solidaridad y libertad. De todas formas, a muchos nos resulta difícil y perturbador comenzar prematuramente el aprendizaje de la muerte. Pensamos evasivamente que mejor hacerlo cuando llegue el día del último viaje, como diría Machado .

XLA TRADICIONx cristiana, magnificadora del martirologio, desde el circo romano hasta nuestros días, considera como un pecado de soberbia o rebelión luciferina contra los designios de Dios cualquier acto de disposición de la vida que no sea la entrega voluntaria a los verdugos o los leones para que realicen su trabajo y materialicen un suicidio fácilmente evitable.

A los seres humanos nadie nos ha pedido permiso para ingresar en el mundo, ¿es mucho pedir que podamos decidir cuándo nos vamos? La Iglesia católica nunca tuvo comprensión para los suicidas y les negó el enterramiento en sagrado como muestra de condena irremisible, aunque en el último segundo pudiera haber tenido un acto de comunicación con Dios. En muchos casos, miran hacia otro lado e incluso celebran funerales aun sabiendo que, según sus dogmas, está irremisiblemente condenado al fuego eterno. La más jocosa rebelión contra esta hipocresía la vi en un cementerio portugués en el que alguien había puesto en la lápida murió porque quiso.

Muchos han tenido el valor de tomar la última decisión sin necesidad de involucrar a otros, aunque también querrían sentir en esos momentos, la cercanía a sus seres queridos.

El arzobispo Fernando Sebastián acaba de decir en el sermón de las siete palabras de Valladolid que Jesús no tuvo cuidados paliativos pero su muerte fue absolutamente digna. Se olvidó de recordar a los oyentes que, según el Evangelio, en medio del sufrimiento exclamó: "Si es posible aparta de mí este cáliz". Ese Jesús hubiera comprendido a todos los que sufren en el trance de la muerte y quieren pasar el tránsito sin perder la dignidad, su propia identidad y su trayectoria vital.

La mayoría de la sociedad siente desasosiego al reflexionar sobre estas situaciones cotidianas salvo cuando el caso adquiere unas dimensiones mediáticas, visualmente tan insoportables como la deformación que se apoderó del rostro de Chantal Sébire . Los legisladores de Holanda, Bélgica, Suiza, Uruguay y algunos otros se enfrentaron a la tarea de despejar los obstáculos legales procedentes de una moral heredada y de un temor ancestral a la muerte, articulando fórmulas legales que permiten al paciente y a la sociedad asumir, como un valor inherente al ser humano el de elegir y pedir una muerte digna, es decir, humana y racional. Los franceses, después de un debate de alto contenido moral, cultural y cívico, redactaron una ley con un título de inmensa belleza: ley de acompañamiento hasta el fin de la vida. Hoy nadie discute, salvo residuos de la hipocresía imperante, la moralidad y la legalidad de la muerte asistida con paliativos como la sedación relajante y adormecedora que acompaña y acelera la llegada del final de la vida. Se lo ofrecieron a Chantal Sébire como salida ante su incómoda petición de eutanasia activa pero no accedió y su decisión de suicidarse, sola o ayudada, ha reavivado el debate.

Comprendo que la regulación legal en España puede resultar conflictiva pero si sabemos afrontarla, al final nos daremos cuenta que merece la pena ensanchar las alamedas de la libertad por las que nunca caminaremos solos. Los políticos deben afrontarlo sin descalificaciones ni tremendismos. El cálculo electoral o la existencia de otras prioridades como las económicas, son perfectamente compatibles con una decisión que nos hará a todos un poco más libres y dignos.

Es duro comenzar a vivir pero lo es más el fracaso final de la última hora.

A la Iglesia católica le pedimos piedad, sentido de la razón y amor al prójimo. No es mucho pedir.

*Magistrado emérito del Tribunal Supremo.