Ante el ninguneo absoluto y descarado que los políticos nacionales hacen a la ciudadanía después de unas elecciones, debería habilitarse una nueva especialidad del profesorado cuyo objetivo primordial fuera enseñar a los ciudadanos al «bien votar». Y debería exigirse una nota de corte alta, porque los especialistas elegidos que tuvieran que enseñar esta disciplina, tendrían que demostrar unas dotes de comunicación y convicción de altas capacidades.

Lo primero de todo, tendrían que saber transmitir a los alumnos la primera e infalible técnica del bien votar, que sería, por supuesto, nunca plasmar el voto en la papeleta de acuerdo a la ideología que al votante le saliera del alma, sino a las posibles intenciones de pactar que pudiera tener después la persona o el grupo político al que vaya a votar.

Tendrían que explicar bien a sus alumnos que de nada serviría que un voto decidido plenamente a la derecha, sirviera luego para apoyar a la izquierda, o viceversa, o que un voto constitucionalista convencido sirviera luego para hacer piña con los independentistas más recalcitrantes, o incluso peor, que un voto de una víctima del terrorismo apoyara a alguien que, por resultas de los pactos, al fin y al cabo pudiera gobernar con partidos políticos, ahora legalizados, pero que, no hace mucho, eran los encargados de señalar el objetivo sobre el que los verdugos debían estallar sus balas 9 milímetros Parabellum, sin haber pedido todavía, ni siquiera, perdón por ello.

La segunda técnica en la que estos profesores debieran emplearse bien a fondo sería, utilizando unas estrategias y metodologías modernas de convicción increíbles, intentar apaciguar el cabreo al votante que ve que los políticos a los que votó, a los que no votó, y a los que pensó que hubiera sido mejor si no los hubiera votado, están cobrando solo por reunirse para ver si pactan o no, importándoles un bledo la ciudadanía entera, incluso dándose plazos extraordinarios para septiembre, ahora que ellos se los quitan a los propios alumnos. Es curioso que obliguen a los alumnos que tenían que venir en septiembre a venir en julio y ellos, que tenían que formar gobierno en julio, lo dejan para septiembre.

Y, por último, la tercera técnica que, si la enseñaran bien estos profesores, harían que el votante tuviera la posibilidad de poner en práctica lo que se llamaría la «segunda vuelta sumergida». Visto que los nuevos políticos disfrutan, desde sus catorce partidos diferentes después de unas elecciones, sin que haya, ni ellos la deseen, una segunda vuelta que delimite el «cachondeo» de todos, con tableta, sueldo y móvil incluidos, «diputeando» por los pasillos del Congreso, ahora, el votante «ilustrado», podría utilizar en su papeleta, en el caso de unas nuevas elecciones, ayudado del poder de abstracción que los nuevos profesores le han enseñado y, olvidando a los partidillos que pululan en el panorama político español con menos escaños, se decidiría por los que más votos han conseguido en las últimas elecciones, el de izquierda hacia el partido más votado de la izquierda, y el de derecha, hacia el partido con más votos de la derecha.